José María
Sánchez Galera
Revista Nuestro Tiempo
Victoria Hernández cree que “el superhéroe es un héroe con todas las carencias que el hombre posmoderno acarrea, un héroe inmerso en el individualismo y nihilismo de la gran ciudad, parapetado tras la hipertecnologización”.
En este sentido, Batman (un hombre sin más poder que su fortuna, su disfraz, sus gadgets y un oculto resentimiento) y Superman (un alienígena humano con superpoderes) son un reflejo de nuestra época, desarraigada y poscristiana. Serían héroes clásicos con los rasgos de nuestros días. Batman, que incluso cuenta con un escudero (Robin, el Chico Maravilla), vive un oscuro tormento por haber presenciado de niño el asesinato de sus padres.
Superman llora la muerte de su padre putativo y sufre los dolores de sus amigos; su corazón no es de acero, sino de nuestra misma carne. Por una parte, como comenta Victoria Hernández: “El fin último de estos superhéroes se adivina similar al de los héroes clásicos: el bien común, vencer el mal con el bien, y la defensa de la verdad y la belleza”.
El jedi es una mezcla de samurái, monje y caballero medieval cristiano.
Por otro lado, los defectos como héroes que podamos achacar a Peter Parker o Clark Kent son, en realidad, nuestros defectos como civilización deshumanizada y posmoderna. Son un espejo de feria en que mirarnos, salido de una factoría que se llama industria editorial.
Precisamente el hecho de que sean un producto comercial puede mermar su categoría heroica, y convertirlos en mero artículo efímero de consumo o de propaganda. Igual que nosotros mismos, ávidos de likes y followers. En opinión de García Gual, los superhéroes “son mucho más acartonados y unidimensionales que los antiguos; reflejan, sin duda, una nostalgia de lo heroico, pero ya de un modo superficial y de fantasía apocalíptica; creaciones de una literatura de consumo fácil y colorines, son un buen reflejo de la diversión que entretiene a la cultura de masas”.
Esa capacidad del héroe de adquirir nuevas máscaras, según épocas y lugares, resulta palmaria en sagas galácticas, como Dune o Star Wars. El jedi es una mezcla de samurái, monje y caballero medieval cristiano (una suerte de templario); a lo cual se debe añadir toda la enjundia que Alec Guinness aportó a su personaje, Obi-Wan Kenobi.
El viejo Kenobi, cuando explica al jovenzuelo Luke Skywalker en qué consiste la Fuerza, parece que está parafraseando las Anotaciones personales de Marco Aurelio, emperador filósofo al que había interpretado Guinness en La caída del Imperio romano (Anthony Mann, 1964). Cuando Guinness leyó el guion que le había pasado George Lucas, dotó de profundidad a su jedi dándole un aire de personaje de Tolkien.
La universalidad del héroe le impide ser un activista o un mensajero del totalitarismo. El héroe reconoce lo humano que comparte con su rival. Y pocas cosas son más humanas que rendir homenaje a los caídos del enemigo, admirar las cualidades y bizarría del general al que hemos derrotado o que nos ha derrotado.