sábado , 23 noviembre 2024
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La casa consistorial de Pamplona

José Luis Molins Mugueta
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Ultimada la construcción de la nueva fábrica, el sábado 26 de enero de 1760 el Regimiento pudo celebrar sesión inaugural en su nueva Casa, tras siete años de ocupar como sede provisional la Casa del Condestable de Navarra, que lo era el duque de Alba.

Tercer tiempo ( desde 1953): Las distintas corporaciones han prestado continua atención a la fachada de la Casa Consistorial, cuya conservación siempre se ha considerado irrenunciable. Llegados los años treinta del siglo XX, el crecimiento poblacional y la mayor complejidad administrativa de Pamplona provocan la angustia espacial del consistorio y sus oficinas.

Ello determina debates edilicios, diferentes anteproyectos arquitectónicos, análisis de financiación y un largo etcétera, aspectos de los que se ha ocupado certeramente José J. Azanza López.

El proyecto del arquitecto Eugenio Arraiza Vilella (1945) resultó sugerente, al integrar la fachada del XVIII en un conjunto constructivo de nueva planta, imitación de las plazas mayores españolas. No se realizó, principalmente por causas económicas, pero tiene derecho a formar parte de “La Pamplona soñada” o “Pamplona de papel”, nunca erigida.

Una necesaria restauración, dirigida en 1991 por el arquitecto catalán Rafael Vila.

Finalmente, el Ayuntamiento aprobó en 26 de enero de 1949 el proyecto redactado por los hermanos arquitectos José María y Francisco Javier Yárnoz Orcoyen, que contemplaba el derribo del edificio preexistente, la conservación íntegra de su fachada y la nueva construcción, con ampliación sustantiva de la capacidad espacial, a base de alargar nueve metros la planta en territorio de la plaza de Santiago y de recrecer la nueva fábrica una planta en altura, oculta a la vista tras el remate de Juan Lorenzo Catalán.
Las obras, realizadas a partir del 4 de noviembre de 1951, culminaron con la inauguración de la nueva casa, el 8 de septiembre de 1953, aniversario del Priviegio de la Unión.

Una necesaria restauración, dirigida en 1991 por el arquitecto catalán Rafael Vila, ”lavó la cara” al ya entonces oscurecido monumento, devolviéndole la luminosidad propia de la piedra de Tafalla y la policromía original de los escudos del remate y balconaje.

El avanzado estado de deterioro obligó a reemplazar la balaustrada superior, así como los dos “hércules” que flanquean el ático, conservados hoy a buen recaudo, pero sustituidos por réplicas exactas, labradas por el escultor tafallés Sebastián Aguilar.

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