Agustín Echavarría
Director del Departamento de Filosofía de la Universidad de Navarra
Por esa razón, el cultivo de la Filosofía, lejos de ser un lujo extravagante, es hoy una tarea de vital importancia para la supervivencia de una sociedad verdaderamente humana. La pregunta acuciante es entonces ¿qué podemos hacer? Primero, autocrítica.
La Filosofía explicada como sucesión de opiniones contradictorias o como discurso reconfortante para la propia feligresía no responde a las inquietudes vitales más profundas, y tiene bien ganada la percepción de irrelevancia que ahora padece. Segundo, no victimizarse.
Las quejas y declaraciones, además de poco efectivas, abren la puerta a concesiones mínimas que acallan rápidamente el reclamo. No es momento para una Filosofía funcionarial y subsidiada. Tercero, no desesperar. Así como la música no moriría si murieran las compañías discográficas, la Filosofía no va a morir si desaparece de la enseñanza. La Filosofía no se reduce a eso, responde a un anhelo más profundo, inherente al espíritu humano. Cuarto: ver en esta crisis una oportunidad.
Filosofemos por todos los medios, en casa, en el trabajo, en las redes.
En un mundo en el que la tecnología hará cada vez más prescindible el trabajo humano productivo y las actividades vinculadas al ocio serán cada vez más valoradas, el futuro puede ser de las Humanidades, salvo que querramos entregarlo a manos de la industria de la diversión hueca. Solo hace falta despertar vocaciones filosóficas allí donde más se las necesita y espera.
Planteemos a los jóvenes las grandes preguntas, con ocasión y sin ella. Quien tenga hijos, fomente la actitud subversiva de leer a Platón. Filosofemos por todos los medios, en casa, en el trabajo, en las redes, en streaming. Seamos tábanos. La generación de nativos digitales está sedienta de sentido, ávida de continuar la conversación con los grandes maestros de nuestra rica tradición. La Filosofía, liberada de lastre y reconducida a su verdadero cometido, despertará purificada y revitalizada.