lunes , 25 noviembre 2024
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La Filosofía no es ESO (I)

Agustín Echavarría 

Director del Departamento de Filosofía de la Universidad de Navarra

La reciente eliminación de la Filosofía de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) no resulta una novedad respecto del tratamiento habitual que viene sufriendo la enseñanza de las Humanidades desde hace décadas.

No llama la atención que en una sociedad dominada por la técnica y el resultado mensurable, un saber como la Filosofía, carente por naturaleza de aplicabilidad inmediata, sea percibido como una extravagancia irrelevante. Lo que resulta más grave del caso actual es que tal eliminación no responde a un mero descuido o falta de atención a su importancia, sino a un intento deliberado de sustituirla por la elaboración de un nuevo producto: el “buen ciudadano”.

Desde varias instancias, parece intuirse con preocupación y temor que la búsqueda de la verdad, a través de la Filosofía, reclama para sí un ámbito de la vida humana libre para la reflexión, ajeno a la esfera de influencia de las agendas de planificación gubernamental. Tal temor por parte de quienes poseen una concepción totalizante no carece de fundamento.

El potencial transformador de la filosofía se desata como irradiación gratuita de la sobreabundancia de la verdad.

Primero, porque los grandes progresos humanos en el ámbito de la ciencia, el arte, la religión y, por supuesto, la filosofía, no han surgido de la planificación de una élite, sino del libre ejercicio de la capacidad humana de conectar con la verdad, el bien y la belleza de las cosas.

Tales logros han sido conseguidos precisamente en la medida en que no han sido intentados como tales. El potencial transformador de la filosofía se desata como irradiación gratuita de la sobreabundancia de la verdad, cuando la realidad es contemplada de forma desinteresada.

Segundo, porque de semejante actitud contemplativa surge el sentido “crítico” en su acepción original de capacidad de “discernir” (en griego, krínein) lo verdadero de lo falso. El poder recela de este fenómeno, e intenta copar los diversos ámbitos de la vida del espíritu, ideando sustitutos que aquieten la sed de belleza (en forma de entretenimiento barato o de productos pseudo-artísticos ideologizados) o la sed de bien (en forma de “causas nobles” a las que adherir cómodamente desde el sofá).

Se trata ahora de acallar la sed de verdad, suplantando a la Filosofía por ideología. ¿Qué otra cosa puede ser la nueva formación en valores cívicos que un catálogo de postulados y actitudes funcionales al poder y consagrados como dogma incuestionable?

Una sociedad dócil y sometida no puede dejar lugar para la genuina reflexión filosófica. 

            Continuará…

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