sábado , 23 noviembre 2024
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¿Cuánto costaba un retablo? (III)

Ricardo Fernández Gracia 

Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Llama la atención que retablos de envergadura, como el mayor de Mendigaña, obra de Juan Angel Nagusia y los maestros estelleses, o uno de los de la girola catedralicia, obra del veedor pamplonés Fermín de Larráinzar, no costasen cantidades especialmente altas, prácticamente lo que venía a valer un rico colateral del taller tudelano.

El oro y la policromía superaba el coste de la propia escultura. Todo el largo proceso de realización de un retablo finalizaba, generalmente, unos años más tarde, con el ajuste de la policromía con algún maestro dorador, con lo que comenzaba otro camino en muchos rasgos similar al de la propia construcción, desde el condicionado, petición de licencia, su concesión, remate, contrato y tasación. 

La policromía constituía un complemento fundamental de la pieza escultórica. Antonio Palomino, en su conocida obra, ya en el siglo XVIII, tratando de las labores de dorado y estofado de las esculturas del pintor Francisco Camilo, afirma que “dándose la mano estas dos facultades, sube mucho de punto la perfección”.

En varias ocasiones fue costumbre policromar primero el sagrario y las imágenes, para acometer, más tarde, el dorado.

En el siglo XVI, en un retablo roncalés, concretamente el de Isaba, el responsable de su policromía, en 1583, el pintor palentino de Becerril de los Campos, Simón Pérez de Cisneros junto a otros maestros, dejaron unas inscripciones. En una de ellas leemos: FECERUNT LUCERE (hicieron brillar). El contenido de lucere hay que ponerlo en relación con la estética medieval de Santo Tomás que consideraba bellas las cosas que agradan a la vista: quia visa placent, con tres condiciones: integritas, consonantia et claritas (nitidez, esplendor, luminosidad, resplandor, claridad y brillo…..).

El proceso polícromo del retablo se acometía, por regla general, con un periodo que oscilaba entre los cinco y diez años, a partir de la fecha de la conclusión de su arquitectura y escultura, con lo que podemos considerar a la obra resultante un arte híbrido y unitario. En la época renacentista, esta coetaneidad resulta más excepcional por lo costoso y dilatado de las labores de estofado. 

En varias ocasiones fue costumbre policromar primero el sagrario y las imágenes, para acometer, más tarde, el dorado de la arquitectura, cuando los fondos de las primicias estaban más recuperados.

              Continuará…

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