Ana Eva Fraile
Revista Nuestro Tiempo
Antonio Ruz (Córdoba, 1976) esquiva cualquier etiqueta. ¿Ecléctico?, ¿poliédrico? Lo que verdaderamente le gustaa este bailarín y coreógrafo, galardonado con el Premio Nacional de Danza 2018, es impregnarse de todas las expresiones artísticas posibles.
Sobre el escenario, siembra universos en los que el movimiento suena y la música se ve. Viene de una familia de campo, quizá por eso necesitaba ponerse en barbecho creativo después de una temporada frenética en la que estrenó tres obras y celebró el décimo aniversario de su compañía.
Antonio se llama Antonio por su abuela Antonia. Pero el nombre no es lo único que le debe. Ella fue la primera persona que cruzó por su pensamiento al enterarse del Premio Nacional de Danza en 2018. Su abuela le veía bailar sevillanas en las fiestas, en los patios, en las bodas, en las ferias.
Su abuela le veía bailar sevillanas en las fiestas.
Tanto bailaba “el niño” que, al cumplir los siete, Antonia le regaló un cursillo de sevillanas en una academia en el barrio cordobés donde se crio, Ciudad Jardín. “Es el punto de inicio de mi carrera”, reconoce.
Como intérprete, Antonio Ruz ha pisado escenarios de medio mundo con el ballet del Gran Teatro de Ginebra, el de la Ópera de Lyon y la compañía berlinesa Sasha Waltz & Guests. En 2009, decidió descubrir su voz, investigar su lenguaje expresivo.
Ni las embestidas de la crisis económica pudieron frenarle: al año siguiente abrió en Madrid su propia compañía. “Mi abuela se fue, pero no se imaginaba que tres décadas después de aquel cursillo de sevillanas iba a recoger ese premio”, recuerda emocionado.
En sus genes redobla la música: por la tierra cordobesa donde nació y por herencia. Sus tíos siguen entonando las coplas de su bisabuela Leonor. Y su abuelo paterno era cantaor aficionado de flamenco: “Al abuelo Eduardo le oyó Manuel Vallejo, el gran artista, y le invitó a irse de gira con él. No lo hizo porque se debía al campo”. Dice Ruz que en su casa siempre había jolgorio.
Tiene una familia muy grande (su madre es la mayor de diez hermanos) y compartía juegos con los primos de su quinta. “En Navidad hacíamos un teatrillo todos juntos, y yo, por supuesto, lo dirigía. Si había que componer una canción (dice), yo escribía la letra. Mi madre aún conserva guiones de entonces”.
Continuará…