Ramiro Pellitero
Profesor de la Facultad de Teología
El Papa ha dirigido un mensaje con motivo de un congreso internacional organizado para celebrar los aniversarios de
la declaración de Teresa de Jesús, Catalina de Siena, Teresa de Lisieux e Hildegarda de Bingen como doctoras de la Iglesia, a las que se quiso unir a Brígida de Suecia y Teresa Benedicta de la Cruz que, junto con Catalina de Siena, fueron nombradas copatronas de Europa por San Juan Pablo II.
Todas estas santas tienen en común, primero, por su testimonio de mujeres que han llevado una vida santa; segundo, una “doctrina eminente” por su “permanencia, profundidad y oportunidad que ofrece, en las actuales circunstancias, luz y esperanza a nuestro mundo, tan fragmentado y falto de armonía”.
“La santidad femenina que hace fecundos a la Iglesia y al mundo“.
Por lo que toca a su doctrina, las enseñanzas más importantes son, precisamente, las que se refieren a la santidad. ¿Qué enseñaron sobre la santidad? Así lo expresa Francisco: “Dóciles al Espíritu, por la gracia del Bautismo, recorrieron su camino de fe movidas, no por ideologías cambiantes, sino por una adhesión inquebrantable a la ‘humanidad de Cristo’ que permeaba sus acciones”.
Continúa el Papa diciendo: “También ellas se sintieron incapaces y limitadas en algún momento, ‘mujercillas flacas’, como diría Teresa de Jesús, ante una empresa que les superaba”. ¿De dónde sacaron (se pregunta Francisco) la fuerza para llevar a cabo su vocación y la misión que se les encomendó, sino del amor a Dios que llenaba sus corazones? “Como Teresa de Lisieux, pudieron realizar en plenitud su vocación, ‘su caminito, su proyecto de vida’.
Un camino asequible a todos, el de la santidad ordinaria”. Lo que quiere decir aquí “santidad ordinaria” se explica a continuación. En primer lugar: una santidad caracterizada, como acontece siempre de algún modo, por la fortaleza que surge de unir la confianza en el amor de Dios con la humildad de quien se sabe humanamente poca cosa. En segundo lugar, el Papa perfila lo que llama “la santidad femenina que hace fecundos a la Iglesia y al mundo”.
Tercero, a partir de ahí, el ejemplo de vida de estas santas pone de relieve algunos elementos que diseñan, con claras manifestaciones en el plano antropológico y social, esa femineidad tan necesaria en la Iglesia y en el mundo:
1) “Fortaleza para arrostrar dificultades”; 2) “capacidad de lo concreto”; 3) “disposición natural para ser propositivas en aras de lo más bello y humano, según el plan de Dios”, y 4) “visión clarividente (profética) del mundo y de la historia que las ha hecho sembradoras de esperanza y constructoras del futuro”. Sin duda, cuatro luces para perfilar la vocación y misión de las mujeres cristianas también en nuestro tiempo. Cuarto, en relación con la Iglesia y su misión. Destaca que “su dedicación al servicio de la humanidad se acompañaba con un gran amor a la Iglesia y al ‘Dulce Cristo en la Tierra’, como gustaba llamar Catalina de Siena al Papa”.