Guillem Ripoll Pascual
Profesor Ayudante Doctor de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales
Parece ser que cada vez que la Unión Europea quiere redefinirse como
actor, la guerra aparece en el continente. Este fue el caso en los años 90 con la guerra en los Balcanes. La UE nació con el Tratado de Maastricht y la guerra hizo acto de presencia. Hoy estamos sumergidos en la preparación de la Conferencia sobre el futuro de Europa y la guerra ha vuelto a aparecer en las fronteras de la UE. La guerra de agresión lanzada por Rusia en Ucrania supone lo que muchos politólogos llamamos una critical juncture: un acontecimiento que ejerce de punto de inflexión y cambia el devenir de la historia.
En efecto es, junto con la guerra de Irak de 2003, la amenaza más reciente a los principios fundacionales de las Naciones Unidas. La pandemia del Covid-19 nos recordó que los ciudadanos sufrimos los acontecimientos históricos y que nuestro margen de acción sobre ellos es realmente limitado. Si a este hecho le sumamos la confrontación de valores lanzada por un sistema en el cual la colectividad anula cualquier anhelo de libertad, no es sorprendente que el mayor damnificado de la actual situación sea la seguridad humana y, en consecuencia, los derechos humanos.
Estos son vistos por China y Rusia como valores occidentales y no universales. En el ámbito de los derechos de la mujer (por ejemplo, Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer), encontramos a Rusia hablando de derechos tradicionales con la voluntad de borrar del ámbito internacional la existencia de dichos derechos. No obstante, es preciso añadir que esta erosión ha sido acelerada por los Estados Unidos de Trump, con la colaboración de algunos Estados Miembros de la UE como Hungría y Polonia.
Esto nos lleva a preguntarnos si las consecuencias de la guerra en Ucrania para la UE van más allá de las oteadas inicialmente. Por ello, mientras muchos simplemente hablan de la emergencia de la UE como potencia geopolítica a raíz de dichos acontecimientos, creemos que es necesario hacer hincapié en los siguientes dos elementos. En primer lugar, la Europa de la defensa parece que se ve acelerada.
Ante nuestros ojos, y con el beneplácito de muchas instituciones, han emergido distintas contestaciones a estos valores.
Esto coincide en un momento en el que la presidencia francesa del Consejo tiene como objetivo construir una UE soberana en ese ámbito. La decisión de Alemania de aumentar su gasto en defensa se puede leer también en clave interna: contrabalancear el peso de Francia en ese ámbito. Sobre este asunto cabe puntualizar que no se está construyendo una UE de la defensa en términos Westfalianos. Esto es, que la UE no va a sustituir el papel de los Estados Miembros, sino que se va a acelerar la transición (que ya estaba en marcha) de competencias exclusivas (en manos de los Estados Miembros) a compartidas (Comisión, Parlamento y Estados Miembros).
Esto quiere decir que, dentro de la UE, la soberanía dejará de ser el principal factor en la gobernanza de la seguridad nacional. El segundo elemento se centra en la protección del pilar de nuestros sistemas políticos. La UE es, en principio, la abanderada de la democracia, de los derechos humanos y del Estado de derecho. Valores que ha apuntalado a través de los tratados, con el de Lisboa como el más reciente.
No obstante, ante nuestros ojos, y con el beneplácito de muchas instituciones, han emergido distintas contestaciones a estos valores. La redefinición liberal del Estado de derecho impulsada por Hungría y Polonia, la llamada crisis de los refugiados en 2015 o la pandemia del Covid-19 son ejemplos claros de estas tendencias.
La Comisión, cuando parecía que se tomaba en serio dichas amenazas, ha tendido a mirar para otro lado. Entonces, ¿qué defensa de los valores europeos se puede hacer hacia fuera, cuando internamente tenemos amenazas no resueltas? Afortunadamente, el presidente Zelenski parece haber despertado a la UE de ese letargo en el que estaba sumida. Un letargo que la había convertido en una fuerza pasiva y reactiva, olvidándose de la necesidad de actuar protegiendo su sistema de valores.