jueves , 21 noviembre 2024
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La concepción de la Historia en la nueva Ley de Educación (II)

Javier Andreu Pintado 

Profesor Titular de Historia Antigua y Director del Diploma de Arqueología de la Universidad de Navarra

La visión de la Historia de la Ley Celaá es la de una Historia al servicio de los que, se afirma, han sido grandes motores de las “identidades, creencias, ideas y emociones”. Donde esas realidades son palpables en las fuentes, hay Historia o una Historia que renta socialmente.

Donde esos temas son, por nuestra escasez de testimonios, más difíciles de sondear, la Historia parece no valer la pena. Cuando se afirma que lo que se busca con el estudio de la Historia de España es que el alumno pueda “ejercer el conjunto de valores cívicos que enmarca la Constitución”, y que su aprendizaje debe dotarse de un sentido práctico “relacionado con el entorno real del alumnado” se está aseverando que gran parte de los episodios de la Historia de España (todos los anteriores a 1812) son historias antiguas, vetustas, inútiles.

Esta concepción de la Historia traiciona el sentido que tuvieron de ella sus fundadores griegos y romanos, a los que interesa ahora cancelar. Para Heródoto, la Historia debía “evitar que los hechos humanos queden en el olvido” pues aquella era nuntia uetustatis, “proclamación de las hazañas antiguas”, como escribió Cicerón. El relato y conocimiento de la Historia era para Tucídides un “bien para siempre”, si estaba orientado a “una comprensión exacta de los hechos del pasado y de los que, en el futuro, serán iguales”, no de aquellos hechos del pasado admirados por el presente.

La Historia parece no valer la pena. 

Luciano de Samósata afirmaba que “escribir Historia con la mirada en el presente, para que te alaben los contemporáneos”, era practicar una “Historia injusta” pues la Historia, con Polibio, era “dilucidar la estructura general y total de los hechos ocurridos” a partir de su “conocimiento”, una sabiduría tal que no existía “otra más clara”

Si miramos a los clásicos y a su concepción de la Historia, en la que bebieron los historicistas del siglo XIX, queda claro que esta debe estudiar todo el pasado, no solo parte. No podemos hurtar a nuestros jóvenes parte de ese pasado, en aras de un criterio ideológico. Sí es responsabilidad de los historiadores recordar lo que la sociedad quiere olvidar, es nuestra obligación denunciar aquello que se quiere que nuestros jóvenes no aprendan, para que no puedan transmitirlo como patrimonio identitario a la sociedad venidera.

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