Anna Dulska
Investigadora en el Instituto Cultura y Sociedad
Los europeos nos hemos malacostumbrado a hablar de las epidemias y las guerras en pasado, incluso pretérito. La pandemia del coronavirus nos ha sacado de esta zona de confort. Los acontecimientos en Ucrania nos están descolocando.Y, precisamente, que el Occidente esté sorprendido con lo que está pasando es lo más sorprendente.
La anexión de la península de Crimea por Rusia en 2014 debería haber sido una alarma en el bloque euroatlántico. Sin embargo, a pesar de las declaraciones en contra y algunas sanciones, pronto quedó patente que el Occidente tácitamente consintió la anexión. Parecía un chiste malo cuando poco después un crucero turístico alemán visitó Yalta; pero cuando algunas empresas europeas se sumaron a la construcción del puente a través del estrecho de Kerch para conectar Crimea con Rusia continental, estaba claro que las sanciones eran una medida irrisoria.
En los años 30, Donbas fue el epicentro del Holodomor, la gran hambruna orquestada por las autoridades soviéticas para reprimir la resistencia de los campesinos ucranianos.
Las hostilidades que empezaron después en el este de Ucrania fueron interpretadas como un asunto local. Sin embargo, Donbas no es una región cualquiera. Como región histórica, desde la segunda mitad del siglo XIX experimentó un gran crecimiento económico a raíz de la explotación de sus recursos naturales (carbón) por las empresas occidentales.
Pronto, se instalaron ahí plantas metalúrgicas y otras industrias pesadas. En los años 30, Donbas fue el epicentro del Holodomor, la gran hambruna orquestada por las autoridades soviéticas para reprimir la resistencia de los campesinos ucranianos. Después, su nombre geohistórico fue reutilizado como acrónimo para denominar la Cuenca Minera de Donietsk. Como tal, Donbas se convirtió en un lugar estratégico para la URSS y, tras su desintegración en los años 90, ha mantenido esta condición para la Ucrania independiente.
Mutatis mutandis y salvando las distancias, para comprender la importancia geopolítica de esta zona no sería descabellado considerar que para las relaciones bilaterales entre Rusia y Ucrania Donbas (también Crimea) son lo que Alsacia ha sido para las de Francia y Alemania.
El reconocimiento de la independencia de las repúblicas autoproclamadas de Lugansk y Donieck decretado el pasado 21 de febrero por el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin y anunciado en un extenso discurso lleno de alusiones históricas (“Ucrania es parte de nuestra historia”) fue una clara señal que el Kremlin ya había echado el dado. En efecto, dos días más tarde, por la noche del 23 al 24 de febrero, el territorio de Ucrania, un estado soberano, ha sufrido una agresión por parte del ejército ruso desde diferentes puntos de Rusia y su satélite, Bielorrusia.
Esta vez, el Occidente no puede permitirse el lujo de cometer el error de tratar esta guerra como un asunto local en los confines orientales del continente europeo. Los ataques están teniendo lugar a 60 km de la frontera de Polonia; es decir, de la frontera de la OTAN y de la Unión Europea.
Resulta muy preocupante que, al parecer, no se haya preparado planes de actuación y contingencia que permitieran una respuesta inmediata, no solo porque cuanto más tiempo pase más confiada se sentirá Rusia en Ucrania, sino porque eso demostraría la condición en la que se encuentran ambas organizaciones.
Cabe esperar que la entropía occidental reflejada en los medios de comunicación sea en realidad el inicio de un plan, si no estratégico, sí al menos táctico. Ante la inminencia de la invasión, la diplomacia era una medida paliativa.
Confiemos en que ha proporcionado tiempo necesario para barajar con templanza a los diferentes escenarios. Los vecinos de Ucrania, Polonia y los países bálticos ya han movilizado a sus ejércitos y realizado un llamamiento a sus socios euroatlánticos para que actúen. También han demostrado su apoyo a Ucrania y a los ucranianos que se vean obligados a abandonar el país.
Continuará…