Fotos: Max S. Pérez
Rodeado por otros colegas, la espera cada vez se hacía más larga. Todo estaba preparado en el salón dispuesto para la convivencia, hasta que cambió la música del lugar y empezó a escucharse Enter sandman, de Metallica; entonces supimos que el invitado especial estaba por
presentarse en el lugar.
Cuando este tema está ligado al beisbol de las Grandes Ligas, solo se puede tratar de una persona, el exbeisbolista panameño y miembro del Salón de la Fama desde 2019, por voto unánime, Mariano Rivera.
Cecilia Dougherty, el lanzador y José Raúl Rosales buscan establecer la alianza.
Rivera ingresa rodeado por los directivos de Cementos Progreso, José Raúl Rosales, y de la Fundación Carlos F. Novella, Cecilia Dougherty. Difícil es imaginar que aquel hombre de apariencia sencilla haya sido capaz de jugar por 19 temporadas con los Yankees de Nueva York, y ganador cinco veces de la Serie Mundial.
Apaga y vámonos era uno de sus apodos, pues su labor era llegar a cerrar los juegos y confirmar la victoria de su equipo con un salvamento. La menor cantidad de lanzamientos a alta velocidad, para desubicar a los bateadores rivales y ponerle fin al juego.
El expelotero llegó al país como representante de la Fundación que lleva su nombre, y que creó desde 1998, con una visión similar a la de la compañía cementera, que juntos buscan puntos de convergencia para iniciar las conversaciones que permitan apoyar a niños guatemaltecos y crear espacios para soñar con un mañana mejor por medio del desarrollo, tener una vida digna, próspera y convertirse en miembros activos de la sociedad.
Originario del humilde puerto Caimito, La Chorrera, Panamá, Rivera rememoró que fue su infancia la que le recordó que debía retribuirles a los niños. “Es la tercera ocasión que visito Guatemala y siempre me tratan de manera muy especial, y pronto traeré también a mi familia, para que disfrute la experiencia de la belleza de la gente chapina como de cada rincón lleno de color”, dijo el exdeportista.
“Cuando era joven, me gustaba el futbol y también me gustaban los autos; por eso quería ser futbolista como Pelé o propietario de un taller de autos, pero Dios quiso que yo fuera beisbolista y gracias a Él tuve una carrera bastante exitosa, pero para lograr completar 19 años como profesional requirió muchos sacrificios de mi parte”, relató el panameño, quien para alcanzar su objetivo debió librar la barrera del idioma.
“El comienzo fue duro. Yo vengo de un pueblo pesquero y no había para guantes o pelotas, y tocaba arreglárselas con lo que fuera para jugar, y esa condición nos hizo volver creativos. Así fue como crecí”, reconoció el destacado serpentinero.
“Kirby Reynolds era el observador para Latinoamérica y llegó en aquella oportunidad para ver a otros dos muchachos y yo era como el relleno, y cuál fue mi sorpresa que a mí me dieron la pelota para iniciar el partido y gracias a Dios lo hice bien y al día siguiente Kirby me pidió llevarlo con mis padres para pedir el permiso para extenderme un contrato con los Yankees de Nueva York por 2 mil dólares mensuales”, relató.
“Primero me llevaron a las menores, en Tampa, Florida, allá lograba hablar en español y era fácil comunicarme, pero cuando me movieron para Carolina del Norte, el golpe fue duro y lloraba en mi desesperación por no entender, hasta que decidí aprender el idioma y, un par de meses después, ya podía comunicarme”, refirió Rivera.
El 23 de mayo de 1995 llegó su primer llamado para jugar con el equipo mayor. Lo hizo como abridor y, aunque no le fue muy bien contra los Angelinos en aquella salida, fue ahí cuando se comenzó a gestar una historia de éxito que le permitió terminar con un récord de 2.21 de ERA y WHIP de 1.0.
“Cuando jugaba, mi misión era salvar partidos; ahora, mi misión es salvar vidas”, concluyó