Nieves Goicoechea
Investigadora del Instituto de Biodiversidad y Medioambiente
¿Eres un apasionado de las redes sociales? Si la respuesta es afirmativa, quizáste interese saber que bajo nuestros pies, a escasos centímetros de la superficie, se alberga la mayor y más antigua red social de la Tierra: la que establecen los hongos micorrícicos con las raíces de la mayoría de las plantas.
Todos los hongos micorrícicos viven en el suelo y solo unos pocos (las ectomicorrizas) se dejan ver, de vez en cuando, a modo de lo que coloquialmente conocemos como setas u hongos. No es casualidad que se recolecten en los bosques, ya que las raíces más finas de los árboles están unidas, rodeadas y ligeramente penetradas por los filamentos (hifas) de los hongos ectomicorrícicos.
No obstante, la mayoría de las plantas establece asociaciones con otro tipo de hongos micorrícicos: las endomicorrizas, también llamadas micorrizas arbusculares. Estas son mucho más discretas que las ectomicorrizas, puesto que jamás se asoman a la superficie y no pueden distinguirse a simple vista cuando desenterramos las raíces.
Algunas de estas defensas químicas son enzimas o sustancias con una importante capacidad antioxidante que permanecen en el organismo vegetal.
Quizás te preguntes: ¿qué clase de relación pueden establecer dos seres, planta y hongo micorrícico, tan diferentes entre sí? Lo realmente asombroso e interesante es que llegan a establecer una relación simbiótica de la que ambos resultan muy beneficiados.
La planta es capaz de formar azúcares en las hojas durante el proceso de la fotosíntesis y, parte de ellos las transporta hacia las raíces para nutrir al hongo micorrícico asociado a ellas y permitir su crecimiento y correcto funcionamiento.
Por su parte, algunos de los filamentos o hifas de los hongos micorrícicos sobresalen de la raíz a modo de extensiones de pelo que pueden llegar hasta distancias inalcanzables para la raíz desnuda y pueden penetrar en poros del suelo demasiado pequeños para el tamaño de la raíz.
O sea, gracias a esas hifas, las raíces exploran un volumen mayor de suelo y, por tanto, aprovechan más y mejor los recursos que le ofrece: agua y nutrientes minerales.
Y todavía hay más. Un mismo hongo micorrícico puede estar asociado simultáneamente con las raíces de dos o más plantas, aunque estas pertenezcan a familias diferentes. Esto permite un trasiego de agua y nutrientes minerales entre las plantas que comparten amistad con el mismo hongo.
Y no solo de sustancias tomadas del suelo: una planta puede, a través de ese vínculo común de hifas, compartir sustancias propias (hormonas, por ejemplo) que pueden influir sobre el funcionamiento de sus vecinas. Lo dicho: una auténtica red social en el mundo vegetal.
Otra cuestión que puede surgir es: ¿cómo distingue una planta si el hongo que contacta con su raíz es beneficioso o, por el contrario, puede causarle una enfermedad que mermará su propio desarrollo y pondrá en riesgo su descendencia? En realidad, no lo sabe en un primer momento, así que la planta actúa con la debida cautela y refuerza sus defensas; entre ellas, de tipo químico.
Algunas de estas defensas químicas son enzimas o sustancias con una importante capacidad antioxidante que permanecen en el organismo vegetal incluso después de que la planta haya reconocido como ‘amistoso’ ese primer contacto.
Salvando las distancias, pero apoyándonos en una analogía con el reino animal, las plantas quedan, en cierto modo, vacunadas.
Todos estos beneficios proporcionados por los hongos micorrícicos a las plantas abren la esperanza de que estos seres discretos y silenciosos resulten cruciales para favorecer la resiliencia de las plantas frente a condiciones de cambio climático.
Una absorción más eficiente del agua y los minerales del suelo puede incrementar la resistencia de las plantas bajo condiciones de escasez de agua, por ejemplo.
Continuará…