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Madrid, EFE.- En sus 23 partidos precedentes en esta temporada de la Liga Santander, el Levante solo había ganado un partido, ninguno como visitante, hasta este miércoles, cuando llegó, presionó, ganó y recuperó la fe, en el Wanda Metropolitano, escenario de otro despropósito tremendo del Atlético de Madrid, que tocó fondo en la era Simeone, desfigurado por enésima vez este curso, sin excusas, sin una coartada defensiva.
Porque el Atlético no jugó a nada. En ningún momento ni en ningún lado. No propuso ninguna de las condiciones mínimas para ganar un partido en Primera División. Ni futbol ni ocasiones (no tuvo ninguna contra el último de la clasificación), ni intensidad, ni presión, ni contundencia, ni convicción, ni nada de lo que siempre tuvo con el técnico argentino, perdido en un laberinto del que ni comprende ni ve la salida. Este miércoles no hubo épica.
No hubo nada por parte del conjunto rojiblanco, devorado por el Levante, al que no le queda otra que creer, pero que jugó con mucho más orgullo, mucha más determinación y mucha más ambición este miércoles que el Atlético, el actual campeón, al que maniató casi de principio a fin y al que rebajó a la mínima expresión en la que se mueve desde hace meses. Ni está ni se le espera. Es un equipo menor. La Champions parece solo una ilusión.
Simeone habló de un plan en la víspera. No lo tiene el Atlético. O no lo ejecuta. O no sabe cómo desarrollarlo. O no logra transmitirlo. Sea como sea, el caso es que el encuentro que completó el conjunto rojiblanco fue espeluznante. A la altura de otros muchos de esta temporada. O peor. Porque enfrente estaba el último, que fue un equipo mucho más competitivo que el quinto de la tabla, aterrado cuando le presiona cualquier adversario.