Lucas Buch
Profesor de la Facultad de Teología
Aveces parece que el mundo es tan complejo, tan global, tan sofisticado, que introducir el más mínimo cambio está en manos de unos pocos: políticos con cargo, directivos, estrellas y famosos, alguno que otro influencer con miles de seguidores. Pero no parece que estos estén muy por la labor. ¿Qué sentido puede tener lo que nosotros hagamos?
No hace falta ser un lince para darse cuenta de que muchas de las personas que deberían ser un referente para todos no están a la altura. Podría ser esto una lamentación propia de alguien que envejece, y en tal caso sería seguramente una exageración, pero me reafirmó verlo en la pluma de un optimista visceral como Enrique García Máiquez, que en un reciente artículo ponía varios ejemplos conocidos por todos. Claro que no se trataba de una queja (a la que se confiesa alérgico), sino de una observación de la que iba a salir una propuesta. Es verdad, las conversaciones de bar están llenas de comentarios desanimantes, de cosas que no van, de situaciones que parecen irremediables y no hay líderes que afronten el momento. ¿Y entonces? Entonces podemos dedicar horas al lamento jeremíaco, donde cada voz añade nuevos ejemplos, nuevos casos, nuevos escándalos. Y mientras, ya que no se trata de amargarse la vida, tomamos unas cervecitas, seguimos pasando fotos con el pulgar o mantenemos abierta nuestra última partida de Minecraft. No es ningún drama. Así han pasado tiempos peores en la historia. Y sin embargo, quizá sin darnos cuenta, con eso estamos renunciando a algo de lo que nos hace más humanos.
Máiquez proponía algo muy distinto. Recordaba unos versos de Antonio Machado: “Qué difícil es/ cuando todo baja/ no bajar también”, y comentaba enseguida: “Ojo, que la copla tiene implícito un mensaje de combate, que explicitó Jünger o porque se lo oyó a un amigo, como cuenta, o porque le ocurrió a él y se inventó al amigo para no darse aires. Decía que cuando baja la marea en la playa, la roca invisible bajo el agua, al mantenerse firme en su sitio y en su altura, sobresale y sobresale más hasta convertirse en un promontorio”. Esa roca que sobresale eres tú y soy yo. No somos el peñón de Ifach, ni tampoco el Montgó (los dos pedruscos que recuerda cualquiera que haya pasado por Calpe o por Javea o haya visto una foto), pero precisamente lo bajo que es el nivel general nos hace visibles ante todo el mundo. Pensar que no hay nada que hacer (¡es imposible!), o que tú personalmente no puedas hacer nada (¿qué influencia tengo yo?) no es más que una cómoda excusa, o un modo de evitar un cambio de ritmo que podría ser incómodo. En realidad, cuando alguien cae en ese tipo de pensamientos, sencillamente está renunciando a ser persona. Puede aspirar a convertirse en arena de playa, en mascota o en cardo borriquero, pero está dejando de ser persona.
En su libro sobre san José, que describe como “Breve guía del aventurero de los tiempos postmodernos”, Fabrice Hadjadj recoge el cuento de un pajarillo minúsculo de quien se burlaban todas las demás aves. Dejando aparte su escaso tamaño, en días de tormenta tenía la extraña costumbre de tumbarse en el suelo, patas arriba.
Continuará…