Cecilia Vicente
Texto y Fotos
La tranquilidad de la madrugada del 4 de febrero de 1976 fue interrumpida por un devastador terremoto. El sismo tuvo una magnitud de 7.5 grados en la escala de Richter y sacudió violentamente el territorio nacional.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (Insivumeh), el evento tuvo una profundidad de 5 kilómetros y el epicentro se ubicó en Los Amates, Izabal. La duración estimada fue de 39 segundos.
El Insivumeh y el historiador Miguel Álvarez coinciden en estimar que se registraron más de 23 mil muertos y 76 mil heridos de gravedad.
Entre otros datos, la entidad científica informa de 258 mil viviendas destruidas y 1.2 millones de personas sin hogar, las que fueron trasladadas a los distintos campamentos temporales construidos en parques y calles.
Además, se refiere que el 40 por ciento de la infraestructura hospitalaria quedó destruida.
El gobierno del entonces presidente Kjell Eugenio Laugerud García decretó estado de calamidad, ante la escasez de agua y comida. En momentos de aflicción, surgió la solidaridad internacional, que acudió al llamado humanitario.
Patzún, Chimaltenango; Sacatepéquez y varias zonas de la ciudad de Guatemala figuraron entre los lugares más afectados.
Además, iglesias como el templo de San José, en la zona 1 capitalina, quedaron por los suelos, mientras que 258 mil residencias fueron demolidas, porque ya no eran habitables.
En fin, el terremoto generó una tragedia incuantificable, pero el país se levantó de sus escombros y, tras 46 años de ese suceso, sigue de pie y es una de las naciones más desarrolladas de Centroamérica.