sábado , 23 noviembre 2024
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La chica de la calle Aribau (I)

Esperanza Ruiz
Revista Nuestro Tiempo

Durante los años veinte del siglo pasado, España vivió una continua convulsión política, económica y social. Eduardo Dato, presidente del Consejo de Ministros, es asesinado y, en medio de la inestabilidad, el país se tambalea por el desastre de Annual. En 1921 se publica La tía Tula de Miguel de Unamuno, se funda el Partido Comunista de España y se inaugura en Madrid una nueva estación del metropolitano, entre Puerta del Sol y la glorieta de Atocha. El 6 de septiembre nace, en el segundo piso del número 36 de la calle Aribau de Barcelona, Carmen Laforet Díaz.

Su exótico apellido es herencia de un bisabuelo francés. Sus padres, Eduardo Laforet y Teodora Díaz, se habían conocido en la academia de dibujo en la que él daba clases. Eduardo posee un carácter fuerte, es culto y arquitecto. Apasionado de la pintura, en su colección destaca un murillo en el que una Virgen tiene una quemadura en las manos.

Su exótico apellido es herencia de un bisabuelo
francés.

Carmencita, en las Canarias, a donde se mudó la familia año y medio después de su nacimiento, pensaba siempre que miraba el cuadro que la quemadura era un puro. No le extrañaba lo más mínimo que la Virgen fumara, como era frecuente en las mujeres de la isla en aquella época.

Teodora sembró la semilla de los libros en sus hijos (Carmen tuvo dos hermanos, Eduardo y Juan José). Dulce y protectora, había estudiado para maestra gracias a becas ganadas con su inteligencia y esfuerzo. No ejercería nunca, pero su afán por cultivarse marcó las aficiones de su descendencia.

La escritora recordaría en un artículo de El País, en 1983, su infancia como “demasiado racionalista”, pero lo cierto es que fue feliz. Sentía predilección por esa abuela paterna con la que había convivido desde su nacimiento y que había dejado atrás en Barcelona. La familia va a visitarla y la anciana viaja a la isla y cuenta historias a Carmen. Luego ella, con una vocación temprana, las repite a sus hermanos.

A la edad en la que se forja el carácter, Carmen nada. El mar, la playa y los paseos en balandro ejercen una especie de embrujo sobre ella. La isla. Escucha y cuenta historias. Escribe y lee. En esa época en la que uno ni siquiera se hace aún preguntas (corre el 1934), fallece Teodora. La orfandad dejó una profunda huella en Carmen.

La madre amable y acogedora muere de manera inesperada, el mismo día en que cumplía 33 años, por una infección tras una intervención quirúrgica. Lo último que Carmen le susurra al oído es que ya era mujer. En 1934 Carmen Laforet era alumna del Instituto Pérez Galdós y una adolescente independiente que elegía a sus amistades y gustaba disponer de su tiempo. Con catorce años se descolgaba por la ventana de la clase y se escapaba a nadar; prefería la playa al patio, las olas a la compañía de las demás niñas. “Carmencita suda sal”, cuchicheaban las criadas.

Eduardo Laforet se ha casado con la peluquera de su mujer fallecida y Carmen no soporta a su madrastra, una mujer histérica y celosa que boicotea la relación padre-hija. Con su hermanastro apenas mantuvo contacto, y la aversión que le producía la nueva esposa de su padre se refleja en la brutalidad de personajes de sus novelas. Cada vez pasa más tiempo en la playa, paseando por la isla en bici, fascinada por el mar.

Continuará…

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