viernes , 22 noviembre 2024
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Vivir de milagro

Paco Sánchez 

Periodista y profesor titular de la Universidade da Coruña

Revista Nuestro Tiempo

No sé por qué me sentó tan mal. Por qué tardé un par de días en asimilar la novedad. Supongo que a todos nos llega de vez en cuando la referencia irreconocible a algo que hemos dicho o hemos hecho años antes. A menudo se trata de la desfiguración que padece todo relato al transmitirlo. En otras ocasiones, consiste en un hecho real interpretado por alguien en fuera de juego, que desconoce las claves.

De la misma manera que a las playas salvajes solo se puede acceder desde el mar, a las regiones más remotas de nuestra infancia solo entramos por la memoria de nuestra familia. De ahí nos llegan noticias, pocas y pequeñas, tantas veces repetidas, casi siempre para avergonzarnos, que terminan adquiriendo la textura de los recuerdos propios.

Sabía, sí, que había sido muy llorón de pequeño.

A pesar de mis años, de esa zona procede la información que desconocía hasta hace nada y que tardé en asimilar, insisto, no sé bien por qué. Una amiga de mi hermana vivía preocupada porque le había nacido un nieto sietemesino. Así que decidió mandar a la mujer una foto que nos habían hecho juntos en su cumpleaños.

Como soy bastante más corpulento que ella, añadió unas letras que pretendían llevar a la amiga una sonrisa y algo de tranquilidad: “¡Adivina quién es el sietemesino!”. “¿Quién?”, dije alarmado, para ganar tiempo, pese a que en aquella frase cabían pocas dudas. Ella me miró extrañada, “¿Cómo? ¿No lo sabías?”. Mi madre le contestó en un tono escéptico: “Está cansado de saberlo, mujer”.

Sabía, sí, que había sido muy llorón de pequeño y que habían tenido que reforzar mi dieta con todo un símbolo de la posguerra: el Pelargón, la primera leche infantil disponible en España, producida por Nestlé a partir de 1944, según la Wikipedia. Todo eso lo sabía, pero nadie me dijo que había nacido dos meses antes de tiempo.

Por lo visto, el número de sietemesinos aumenta año tras año en España. Somos líderes mundiales en sietemesinos. Y sobreviven casi todos. Pero, en 1959, un sietemesino de una pequeña aldea de Galicia, nacido en casa y, por tanto, sin incubadora (que quizá tampoco había en los hospitales provincianos), tenía pocas probabilidades de prosperar. Acaso fue esta consideración la que se me atragantó. Mi madre se disculpaba: “Pero si tu tía Carmen te ha dicho mil veces que casi cabías en una mano y que no tenías ni uñas”. 

No recuerdo semejante cosa. Por unas horas, tuve la sensación de que se movían piezas por dentro queriendo reacomodo. Busqué sin éxito en el Instituto Nacional de Estadística las tasas de supervivencia de aquella época. Luego recordé las muchas veces en las que a punto estuve de morir. Es cierto que vivimos de milagro.

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