Guillermo Monsanto
Trabajar en un centro de documentación es un ejercicio fascinante. Cruzar la información de los artistas con lo que aparece en los libros, corregir apreciaciones y redescubrir datos que han quedado relegados en el limbo del olvido se convierte en una pasión indescriptible. Identificar el papel que estos jugaron en determinado momento es una obligación para garantizar que el futuro no los olvide. Este es el caso de AnaMaría de Maldonado y su exhaustiva labor creativa desarrollada desde los años sesenta del siglo pasado. Sus estudios iniciales los realizó en el taller del pintor Miguel Ángel Ríos. Años más adelante ingresó a la Escuela Nacional de Artes Plásticas para pasar directamente al taller de Dagoberto Vásquez Castañeda y compartir laboratorio creativo con otra importante creadora: Regina Prado de Batres. También obtuvo formación en el Webster College de Saint Louis Missouri (EE. UU.).
AnaMaría de Maldonado fue dibujante, pintora, grabadora y escultora. Su presencia toma relevancia en 1988, al obtener el Glifo de Oro en la VI Bienal de Arte Paiz, alcanzando otros honores en distintas disciplinas, en las convocatorias de 1992 y 1994. También lograría un primer lugar en el Certamen Arturo Martínez (1991), donde alcanzaría otras preseas. En Guatemala expuso en los espacios más importantes de su tiempo. En el extranjero también tuvo presencia en Estados Unidos, México, España, Italia, Uruguay, República Dominicana, Nicaragua y Costa Rica, proceso de internacionalización que se vio truncado por su prematura muerte.
Sus estudios iniciales los realizó en el taller del pintor Miguel Ángel Ríos.
Dagoberto Vásquez indicó en su primera exposición póstuma que había en su pintura “una decidida definición lineal limitante de las zonas configurativas, estructurales, cromáticas de los elementos de la unidad formal. Encerrado en ello, el color se da con una fuerza orgánica que vitaliza el campo espacial y el esquema emocional en él actualizado, exaltando la vida en sus anhelos y realizaciones, recuerdos, ideas y emociones, todo ello presente en la densidad de la pasta cromática de la obra, que concluye como identificación con la realidad creada y vivida”. Y en efecto, en Maldonado, la experiencia formaba parte fundamental en cada detalle contenido sobre sus diferentes soportes. Su iconografía es variada, sin embargo es la mujer la que concurre constantemente a su creación. Las figuraciones de los años ochenta son muy diferentes a las del final de su carrera, cuando ya tenía la certeza que su fin estaba próximo. De este modo, sin perder su estilo, pasa de lo surrealista a lo metafísico. La belleza es matizada desde colores más elaborados y perfiles más hieráticos. Atmósferas más tormentosas sustituyen a los vibrantes colores cálidos de otros momentos. Con la escultura alcanzó una máxima expresividad y logrando presencia en varias publicaciones como el libro del cincuentenario de Juannio, por ejemplo. Sus bronces, a partir de texturas, consiguieron dialogar con las transparencias presentes en su legado pictórico.
