Julia Pavón
Catedrática de Historia Medieval e investigadora del Instituto Cultura y Sociedad, Universidad de Navarra
Prisionero de la situación, Clemente V, no pudo ni parar la teopolítica del rey de Francia ni articular una defensa, a pesarde que así lo había intentado en contadas ocasiones desde 1308, ya que la institución templaria como otras, nacidas en los tempranos tiempos de las cruzadas, tenían el aval y garantía del papado, pues eran religiosos exentos en el conjunto de la Cristiandad y dependían directamente del primado de la Iglesia.
La supresión de la orden, por vía de provisión, y la entrega de sus bienes a los caballeros del Hospital de San Juan de Jerusalén, con las bulas Ad providam y Considerantes (salvo en la Península Ibérica, excepto en Navarra), resultado de la acción de marzo de 1312, situaba en una posición delicada a los integrantes de una institución, sacrificada por razones políticas e ideológicas.
Actualmente, la principal vía de conexión con el mundo que nos rodea es ”emocional“.
Felipe IV impuso el principio de la preeminencia del poder real, carisma soberano que anunciaba el fin del modelo vicarial sacro de la Edad Media y avanzaba la razón de Estado. Porque, aunque el juicio político diera al traste con el Temple, ni el rey se enriqueció con sus “golosas” propiedades, ni sus miembros formaban parte de una oscurantista asociación. Bien lo sabemos quienes conocemos algo de esta historia.
Por desgracia o por fortuna, actualmente la principal vía de conexión con el mundo que nos rodea es “emocional”, de forma que, entre otras cosas, se da pie a que se produzca un efecto llamado a identificar en los relatos populares del pasado (novelas, series de televisión, podcast) con lo que ocurre en el presente, en nuestras vidas, en nuestro ámbito relacional. Se busca, por un lado, y satisface, por el otro, todo aquello que genera, en un bucle consumista de impresiones, realidades salpimentadas por las intrigas, lo mágico, los intereses partidistas y la corrupción, o incluso el idealismo.
Todo ello atenta contra el verdadero relato de la Historia que facilita la comprensión intelectual revalorizada de un pasado, no exento de complejidad y campo idóneo para comprender las expresiones culturales, intelectuales, sociales, políticas y religiosas de quienes nos precedieron en el tiempo. Ahora más que nunca, se impone el deber de conformar la identidad de un pasado y un presente a la medida del ser humano, no de sus construcciones o intereses ideológicos y emocionales. Y el proceso del Temple, según se desprende de estas líneas, nos abre la puerta a ello.