Guillermo Monsanto
Una casa puede o no lucir como una galería de arte, y hasta como un museo. Todo se puede y cada quien es libre de regular su entorno, de acuerdo con sus posibilidades, entendimiento y estilos de vida. No hay nada más emocionante que visitar uno de estos hogares, llenos de objetos preciosos, en los que todo parece estar regulado por un orden impecable, casi de revista. De hecho, algunas de estas propiedades tan particulares son diseñadas por decoradores, dejando de lado todo atisbo de la personalidad de sus moradores. Este último caso, sin embargo, no es lo que sucede con el resto de los coleccionistas que, pudientes o no, se esfuerzan en redondear sus colecciones con determinados autores.
¿Saben? No es necesario coleccionar arte, para ejercer como curador doméstico. Muchos de nosotros lo hacemos todos los días, en las acciones que gobiernan nuestras casas. Un ejemplo es el modo en el que colocamos nuestros calcetines, especies, té, papel higiénico, vasos, cartones de leche, ollas, jabones, herramientas o las camisas, en fin. ¿Qué parte de nosotros define nuestro gusto por estos “chunches” cotidianos, y cómo los percibimos al ordenarlos en nuestro universo personal? Este proceso es el que define una curaduría básica y, al mismo tiempo, crea un guion museográfico individual e irrepetible. En estos hogares una maceta, la luz de la lámpara, la cortina vistosa, la foto familiar, pueden llenar el espacio visual creando una sensación de balance agradable. Concepto que funciona según la sensibilidad de cada persona.
Esta columna es un homenaje a muchos de mis amigos que, sin saberlo, hacen verdaderos ejercicios curatoriales.
Un poco más cercanos a la frontera con el arte están los que coleccionan diferentes cosas que, dependiendo del modo en que sean situados, pueden obtener una lectura singular y ser calificados de arte. No importa si un curador profesional dice que no lo es, ya que ellos con llevar los mismos objetos a una sala de exposiciones le dan ese valor singular y subyacente. Entre estos entran una variedad interminable de utensilios que pueden variar y en las que caben piedras, botellas de cerveza, cómics, juguetes de todo tipo, discos, rompecabezas, cincos de cristal, legos, conchas, marcos, adornos navideños, máquinas de escribir, placas automotrices, gorras, tarjetas varias, cajas de cereal y una serie interminable de elementos que, fuera de este ambiente específico, podrían no valer mucho.
Es importante entender que el valor se lo otorga cada coleccionista, y el modo en el que lo presenta en su dinámica inmediata. Esta columna es un homenaje a muchos de mis amigos que, sin saberlo, hacen verdaderos ejercicios curatoriales y exitosos guiones museográficos con lo cotidiano y lo que tienen a la mano. A personas que, con creatividad, hacen mejor su vida y que compensan la falta de elementos (como pinturas, grabados y esculturas), creando con éxito su propio universo creativo. Cito a Juan Pensamiento: “Me encanta llegar a casa, abrir la puerta y ver un espacio cuidadosamente curado que me representa en cada detalle”.