Miguel A. Alonso del Val
Profesor de la Escuela de Arquitectura
La avalancha de fondos destinados a la rehabilitación y mejora energética de nuestros edificios y ciudades, a través del Plan de Recuperación Europea denominado Next Generation, plantea un problema cultural de primera magnitud para la conservación del patrimonio ambiental y arquitectónico de nuestras ciudades. Ya se han percibido algunos indicios preocupantes a los que se refería en una reciente entrevista el presidente de la Delegación Navarra del Colegio de Arquitectos al decir que “si el único objetivo es forrar los edificios con un alicatado para meterles bien de aislante y que consuman poca energía…. en 10 años vamos a estar en una ciudad que no vamos a conocer. Vas a estar en pleno II Ensanche de Pamplona y no sabrás si estás en el centro de Palencia o de Cuenca”.
Unas frases que explican de manera muy expresiva tal amenaza y que me hizo recordar una conversación veraniega, con el propio Josecho Vélaz, en la primera línea del Paseo de la Zurriola de San Sebastián donde puede observarse cómo un edificio racionalista ha sido totalmente desfigurado por un revestimiento insensible a sus valores arquitectónicos. Ciertamente, la epidemia del rechapado, como la pandemia del coronavirus, es una amenaza que tampoco entiende de límites geográficos o políticos.
Esta realidad visible que, por ahora, aparece puntualmente en nuestros barrios, es el resultado de la traducción simplista del amplio concepto de regeneración energética como la simple sustitución del material de fachada por una capa aislante y un material impermeable y homogéneo, lo menos natural posible. Este hecho, en un horizonte de inversión subvencionada y acuciados por la necesidad de gastar a todo trance los fondos europeos, puede producir un efecto netamente contrario al de otra normativa también regeneradora y socialmente positiva, la de accesibilidad. Una normativa que ha producido una mejora del acabado y prestaciones de los portales de nuestra ciudad que son una muestra del buen hacer de tantos arquitectos en los años de la crisis.
El efecto pernicioso sería lograr, en unos pocos años, la desaparición de una imagen reconocible de la ciudad, de una gran tradición de arquitectura construida en ladrillo, principalmente, aunque también en aplacados de piedra u hormigón, que domina el paisaje de nuestros ensanches del siglo XX. Una cualidad matérica que habla de la tradicional calidad constructiva de la arquitectura navarra, la cual quedaría restringida únicamente al Casco Antiguo y a los pocos edificios catalogados de Pamplona y su comarca.
Continuará…