En una época como la actual en la que se habla tanto de buscar la excelencia, ese objetivo está fuera de contexto, porque el contexto de la excelencia es la exigencia y el esfuerzo, tal como lo expresaba el adagio latino per aspera ad astra (el camino hacia las estrellas es un camino arduo).
Carlos Llano ha escrito que en la búsqueda de la excelencia cuentan los resultados, pero eso no es lo más importante. Lo verdaderamente importante es el esfuerzo propio del trabajo bien hecho para conseguir esos resultados.
El hombre se estira para alcanzar aquello que está encima de sí; se desarrolla para hacer suyo lo que le supera; se esfuerza por llegar a lo que le trasciende. Por eso justificar la aversión al esfuerzo es desconocer al hombre. Un error actual es anteponer la espontaneidad al trabajo reflexivo y esforzado.
El hombre se estira para alcanzar aquello que está encima de sí; se desarrolla para hacer suyo lo que le supera.
Ese peligro lo mencionó en su día Eugenio D’Ors con estas palabras: “Para cuantos sometidos a la superstición de lo espontáneo, han querido llevar hasta su extremo lógico la metodología de lo razonable, de lo intuitivo, de lo fácil, de lo atrayente, del interés sin conocimiento previo, han tenido que confesar, si son sinceros, su fracaso”.
La educación del esfuerzo es un aspecto clave de la educación de la voluntad, que se forja en la superación de dificultades. Pero no basta adquirir fuerza de voluntad. Se necesita, además, una voluntad buena, relacionada con virtudes humanas como la paciencia, la fortaleza y la perseverancia.
Es muy aconsejable que padres y profesores presenten el esfuerzo como algo positivo. Por ejemplo, lo natural es esforzarse; lo que vale es lo que cuesta; la vida es problema y la lucha es la condición esencial del éxito; la mayor de las satisfacciones es el descanso merecido.