Inexplicablemente se convirtió en una película de culto. No por lo que fue en su momento, un verdadero desastre, sino por lo que pudo ser y no fue. Aquella cinta pudo ser el referente de ciencia ficción en la historia del cine estadounidense, pero los intereses corporativos prevalecieron. Quizá el director que más tenía la visión de un cine de ciencia ficción solvente y creíble era Ridley Scott, quien tenía bajo el brazo la terrorífica Alien (1979) y la gran Blade Runner (1983). Y todos pensaron en él para dirigir Dune, pero fue el primero en abandonar el barco. Scott sabía que la novela escrita por Frank Herbert, dada su complejidad, era imposible adaptarla en una película comercial de dos horas como máximo. El libro daba para mucho.
Scott cortó por lo sano. Al desastre se subió el grandísimo David Lynch, que le pareció atractivo encargarse de una producción épica del tamaño de Ben-Hur o Los 10 Mandamientos. Lynch sugirió una trilogía o al menos dos películas para explorar este mundo tan rico y complejo; la negativa fue inmediata. La primera adaptación del guion hecha por el director fue de cinco horas de duración. ¿Qué hizo Lynch?
Netflix estrenó, por estos días, la épica desastrosa en su plataforma. Dune (1984) contaba con un elenco que al igual que su versión actual y próxima a ser estrenada en nuestro país, era prometedor y deslumbrante. Lo encabezaba Kyle MacLachlan, Brad Dourif, Virginia Madsen, Leonado Cimino, Kenneth McMillan, Sir Patrick Stewart, Max Von Sydow, la musa Sean Young y Sting.
La historia se torna aburrida, torpe, con actuaciones desaprovechadas y toscas.
La historia gira alrededor del clan Atreides, que deberá encargarse de extraer el combustible llamado La Especia, que se encuentra en el planeta desértico Arrakis, mejor conocido como Dune. El planeta es gobernado con puño de hierro por el clan Harkonen, que se encargó de asesinar a casi toda la población nativa y apropiarse del combustible. Hasta aquí la épica prometía un complejo juego de entretenimiento donde la política, la traición, el abuso de poder y la destrucción de mundos a causa del combustible podría servir para hacer una crítica a los gobiernos de aquel tiempo, pero ni eso. Cambiar una dictadura por otra, impensable.
La historia se torna aburrida, torpe, con actuaciones desaprovechadas y toscas. Sting da una verdadera pena y Sean Young totalmente desabrida. Los efectos especiales son grandes desaciertos entre escenarios gigantescos y miniaturas, naves y armas de juguete así como vestuarios dispares. La crema y nata del elenco vestida impecablemente, mientras que el ejército de Atriedes parecen soldados japoneses y la milicia Harkonen parecen termos derretidos. Las voces interiores de los personajes son abominables, pero si no fuera por ello la historia se entendería menos. Lazos de mercado para trepar sobre monstruos y domarlos. ¡Sálvame Dios mío! Al terminar la película sentí un alivio total y dejé de sudar. Afortunadamente para David Lynch, Dune fue un mal sueño, pero ¿estará a la altura el director Dennis Villeneuve para darle a Dune el lugar que merece en la historia del cine?