Ignacio Miguéliz Valcarlos
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
La movilidad de las obras de platería ha sido una constante a lo largo de la historia, motivado por dos de las características principales de estas piezas; por un lado, su reducido tamaño y peso, y por otro, su riqueza material, lo cual las hacía el regalo idóneo para ser enviados a sus localidades nativas por navarros que habían hecho fortuna en otras tierras. Y aunque esto propició que llegaran a Navarra numerosas obras argénteas, constituyendo uno de los capítulos más interesantes de la platería navarra, también fue el motivo de la pérdida de númeras alhajas. Así es, el valor del material con el que estaban realizadas estas piezas fue una de las principales causas de su desaparición, ya que en momentos de necesidad económica se recurrió a la plata labrada para fundirla y conseguir efectivo. Guerras y desamortizaciones, el principio del fin.
Las guerras contra los franceses y las carlistas, que se vivieron a partir de finales del siglo XVIII y durante el XIX supusieron una importantísima pérdida de obras de plata, sobre todo de aquellas custodiadas por la Iglesia. En estas contiendas hubo que sumar al saqueo de algunos templos por parte del ejército, la petición que hizo el Gobierno a los obispados de la plata de las iglesias, para sufragar gastos de guerra. Los obispos accedieron a su entrega, a condición de que si alguien estuviese interesado en comprar alguna de las obras, estas se vendieran, salvándolas así de su destrucción. Prueba de ello es la presencia de una custodia de la iglesia de Gazólaz, en la capilla de san Fermín, o de otra de santa María de Olite en san Saturnino de Pamplona. A ello hay que añadir las enajenaciones que se produjeron durante las desamortizaciones eclesiásticas, que supusieron la dispersión de la mayor parte de los ajuares argénteos de estos templos.
El análisis de todo ello permite que ocasionalmente nos encontramos con la sorpresa de descubrir obras de procedencia navarra, en museos y colecciones foráneas, y en el mercado.
Y a todo ello hay que añadir varios robos producidos lo largo de estas centurias, como el de la Catedral de Pamplona, en 1936, o los de san Miguel de Aralar y san Pedro de la Rúa de Estella, en 1979. En el caso de los dos primeros se recuperó la mayor parte de lo robado, mientras que en el de Estella se perdieron piezas como el báculo del Obispo de Patras, obra en esmaltes de Limoges realizada en el siglo XIII.
Seguir el rastro de las alhajas enajenadas es muy difícil, ya que raramente se cuenta con una descripción, dibujo o fotografía que nos permita identificarlas. Sin embargo, el hecho de que estas obras se realizasen en plata, la misma que se usaba para acuñar moneda de curso legal, hizo que se legislase para evitar fraudes, obligándose a estampar en ellas dos marcas, la del autor y la de la localidad donde se había realizado. Mientras que en otros casos son las inscripciones, heráldica o documentación conservada, la que nos habla de la enajenación de piezas y su procedencia.
El análisis de todo ello permite que ocasionalmente nos encontramos con la sorpresa de descubrir obras de procedencia navarra en museos y colecciones foráneas, y en el mercado. Alhajas recuperadas por Museos. Gracias a la documentación conocemos la venta de alguna de estas piezas. Así, el Museo Arqueológico Nacional de Madrid compró en 1875 un báculo del siglo XIV, labrado en Aviñón (Francia), procedente del monasterio de Tulebras, donde había llegado en 1835, tras la exclaustración del de Trasobares (Zaragoza). Presenta las armas de los Luna, por lo que se relaciona con el papa Benedicto XIII (1328-1423) y su hermana, abadesa en el cenobio aragonés.
Continuará…