Pablo Blanco Sarto
Profesor en la Universidad de Navarra
Leyendo el lenguaje del cuerpo del encuentro entre Viktor Orbán y el Santo Padre, se deduce que había cierta distancia. “Si queremos fraternidad en la tierra, no podemos perder de vista el cielo”, así habló el papa Francisco a representantes de otras religiones desde Budapest. El sucesor de Pedro se sumó el pasado 11 de septiembre (fecha fatídica, con resabios de fanatismo) al Foro Interreligioso G20 2021. En su mensaje al foro, que este año se celebraba en Bolonia, Francisco destacó que “es bueno que se hayan reunido precisamente con la intención de superar los particularismos y compartir ideas y esperanzas”. Así, hemos de ayudarnos “a liberar el horizonte de lo sagrado, de las nubes oscuras de la violencia y el fundamentalismo”. Nada de odio. “Sí, la verdadera religiosidad consiste en adorar a Dios y amar al prójimo”. El Papa lamentó que “hoy en día esto suena, por desgracia, como un sueño lejano”, el sueño de la paz, y lamentó que “en los últimos 40 años se han producido casi 3 000 atentados y unos 5 000 asesinatos en diversos lugares de culto”. Luego la violencia no tiene solo un origen presuntamente religioso, sino más bien al revés. Pero quedaba la culpa de unos y otros: “Los que blasfeman el santo nombre de Dios persiguiendo a sus hermanos, encuentran financiación con demasiada facilidad”. La solución está también en la razón, como repitió su predecesor, Benedicto XVI. “Porque Dios no es el Dios de la guerra, sino de la paz”.
Pero el viaje tenía también un significado ecuménico, en un lugar que es encrucijada de distintas confesiones cristianas. La “diplomacia de la sonrisa” del papa Francisco parece haber dado algunos frutos. Leyendo el lenguaje del cuerpo del encuentro entre el presidente calvinista y el Papa del 12 de septiembre, se deduce que había cierta distancia. Pero, de repente, la sonrisa de Francisco y la mano tendida rompieron el clíma glacial. Las miradas se encontraron y el resto fue diálogo, a pesar de que no hubo un discurso oficial.
Pero, de repente, la sonrisa de Francisco y la mano tendida rompieron el clíma glacial.
En efecto, el encuentro duró varios minutos más de lo previsto en el protocolo. Sin embargo, las expectativas del encuentro, precisamente giraban alrededor de la cuestión de los migrantes, las posiciones del papa Francisco y del primer ministro húngaro difieren de mucho al respecto. Orbán aplica estrictos controles fronterizos, mientras que el Papa pide una primera acogida en nombre de la dignidad humana. Sin embargo (así es la diplomacia, también la vaticana) había un tema en común: la familia y el medioambiente. Por eso, la declaración no menciona si se discutió la cuestión de la acogida de los inmigrantes. Eso sí, tras el encuentro con el Papa, las autoridades húngaras se reunieron con altos exponentes vaticanos para hablar de otros temas. Una de cal y otra de arena. Así es también el ecumenismo: colaborar en todo lo que se pueda colaborar, a la vez que dejar claros los puntos que requieren acercamiento. Tras la cita, el calvinista Orbán (aunque su esposa y sus cinco hijos son católicos) publicó un breve mensaje en sus redes sociales: “Le pedí al papa Francisco que no deje perecer la Hungría cristiana”. La respuesta tal vez llegaba desde el país vecino: si los cristianos estamos unidos, somos más creíbles. Ante los representantes de las distintas iglesias cristianas en Eslovaquia, recordó que “es difícil reclamar una Europa más fecunda por el Evangelio sin preocuparse por el hecho de que todavía no estamos plenamente unidos entre nosotros”. Hemos de “cultivar esta tradición espiritual, que Europa tanto necesita”, y no solo una mera “eficiencia programática funcional”. ¿Palabras en dirección a Bruselas? Es difícil saber pero el eco ecuménico de estas palabras podría llegar pronto.