domingo , 24 noviembre 2024
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TEATRO, LO QUE NO SE VE

Por Guillermo Monsanto

Tengo algunas semanas de estar realizando una investigación sobre la historia del teatro guatemalteco del siglo XIX.  La temática me ha resultado cuesta arriba ya que el material es tan especializado, y escaso, que son pocos los investigadores que le han dedicado su atención.  Para coronar las dificultades, muchos de estos textos están dispersos en diferentes tipos de publicaciones (algunas de ellas muy modestas), y varios de sus autores terminan sus ensayos en un callejón sin salida por la falta de documentación.  De este modo concluyen, ante la ausencia de evidencia, que no hay nada que resaltar respecto al tema.  Claro, hay excepciones y, según he podido apreciar, distintos caminos para matizar la información.   

El teatro como acción, incluso en el presente, tiene un sino fatal: la constitución efímera de la representación. No importa si existen los recursos virtuales, no es lo mismo sentir su energía desde una butaca que verlo y oírlo, respectivamente, a través de una pantalla y una bocina.  No se ve igual y tampoco suena igual.  Aun así, estos registros podrían servir de guía para la historia reciente del teatro y la manera en la que estos artistas enfrentaron la pandemia.  

El teatro es una sumatoria de hechos que trascienden más allá del libreto y el escenario

Pero regresemos al siglo XIX e imaginemos cómo pudieron constituirse aquellos hechos escénicos.  Si no hubo un teatro distintivo y nada que resaltar (según algunos ensayistas), ¿cómo es posible que a finales del siglo XVIII se publicaran reglamentos que afectaban directamente a los y las “farsantes” y que se dictaran ciertas reglas censurando temáticas sensibles a la Iglesia y la política?  O bien, el cómo debía distribuirse el público según su género y clase social.  

Antes del estreno del Teatro Carrera, en 1859, hubo varias salas activas.  Una de ellas, el teatro de las carnicerías, con un aforo de 1200 personas.  Si bien es cierto que la música tuvo preeminencia sobre el ejercicio teatral, se sabe de libretos escritos por dramaturgos locales para representarse, ya en las salas disponibles, o bien en los teatros adaptados en las casas particulares ¿Qué no sabemos, o no podemos, vislumbrar? Qué actores interpretaban los diferentes roles, cuánto tiempo se ensayaba, qué escenógrafos crearon los decorados de aquellas presentaciones, quién o quiénes hacían los vestuarios, cuántas personas trabajaban en la tramoya, vendiendo dulces o limpiando la calle luego de que los carruajes se hubieran retirado.  Un universo que seguramente existió y del que hoy no hay registros visibles.  

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