Hernán Díaz G.
Coordinador de Extensión, Facultad de Diseño, Sede Concepción
Recientemente hemos tenido buenas noticias en el ecosistema local de emprendimiento, gracias a una millonaria ola de financiamiento de startups chilenas, incluyendo al nuevo unicornio, NotCo, liderando esta tendencia.
Sin embargo, hay que recordar que, en el último informe de competitividad mundial, Chile cayó 6 puntos en el ranking, llegando al lugar 44, muy lejos de nuestra mejor posición en 2005, cuando alcanzamos el lugar 19. Un alto nivel de desempleo sobre el 10 por ciento, una altísima incertidumbre de mercado y una proyección de crecimiento económico de solo un 1.7 por ciento, son algunos de los factores que explican esta tendencia a la baja.
¿Cómo se puede interpretar esta aparente paradoja? Pese a contar en el país con un alto nivel profesional, técnico y académico en ciencia y tecnología, además de su altísimo nivel de emprendimiento, existen varias barreras que estancan el desarrollo. Sabemos que nuestra matriz productiva sigue anclada a la extracción de materias primas, pero esta no tiene una fuerte integración con los fenómenos de innovación y emprendimientos que hemos estado presenciando, evidenciado por los bajos índices de inversión en I+D, la baja transferencia tecnológica, el desconocimiento de la gestión de propiedad intelectual, y la baja cultura colaborativa; esta última, como una de las mayores debilidades de los ecosistemas locales. En una economía madura, encontramos ecosistemas productivos donde las startups, innovaciones tecnológicas y centros de investigación son una parte importante, pero que articulan de manera robusta con los grandes sectores productivos, las empresas tradicionales, el sector público, el académico, e incluso la sociedad y cultura. En este punto tenemos un gran desafío. ¿Qué oportunidades tenemos? El fortalecimiento de los ecosistemas productivos trae de la mano la necesidad de generar redes robustas de colaboración entre distintos sectores, que al mismo tiempo deben tener un alto grado de especialización; esto pone de manifiesto una creciente necesidad de establecer puentes de colaboración entre disciplinas, visiones y quehaceres que naturalmente no dialogan. Es aquí donde las competencias interdisciplinarias, junto con la colaboración y la confianza se vuelven críticos para el crecimiento. La disciplina del diseño tiene como parte de su metodología el trabajo interdisciplinario, y al igual que el muy conocido Design Thinking, demuestra su mayor potencial cuando más integrado está en las estructuras organizacionales de las empresas y organizaciones. Necesitamos ver al diseño más allá de su carácter estético o comunicacional; es hora de verlo con su real potencial, como traccionante y habilitador de desarrollo.