María Elisa Molina Pavez
Facultad de Psicología
La pandemia ha traído grandes cambios y aprendizajes. Destaca la capacidad de adaptación, flexibilidad e innovación de profesionales de la educación, la salud y de miles de emprendedores que se han reinventado en este año y medio a través de la creatividad, las tecnologías de la información y las redes sociales. Sin embargo, todas las grandes crisis muestran ambas caras de la moneda o, en otras palabras, lo más luminoso y sombrío de la
humanidad.
Hace algunas semanas se publicó en la prensa la noticia de un sumario de una prestigiosa universidad chilena a sus estudiantes, debido a que habían copiado o plagiado resultados de ejercicios en pruebas escritas.
Días después, un equipo de periodistas de un canal de televisión hizo una investigación sobre organizaciones profesionales que ofrecían en internet servicios de resolución de pruebas o rendición de exámenes en educación superior, como también en evaluaciones en educación básica, media y superior.
Se ha puesto abiertamente en tela de juicio la calidad del aprendizaje y la formación profesional de los estudiantes universitarios en pandemia.
Sin embargo, con menos fuerza, se ha cuestionado la ética de los mismos estudiantes y la de los profesionales (algunos descritos como doctores en física o matemáticas) que entregan esas prestaciones. Tampoco se proponen estrategias para prevenir este tipo de plagios. Sin duda, ambos temas son de gran preocupación.
También en esta área hay muchas oportunidades de mejora, en especial cuando tenemos la ”tormenta perfecta“: Google a mano y en WhatsApp como llamado de emergencia al compañero o al experto.
La calidad de la educación en los tiempos de Covid-19 depende de varios factores, como pueden ser la modalidad de enseñanza (sincrónica, asincrónica, híbrida), la disponibilidad de equipos tecnológicos y acceso a internet, contar con un espacio físico que permita concentrarse a pesar de estar en el mismo lugar con otros miembros de la familia.
Pero, involucran además buenas o malas prácticas de estudiantes y de docentes que también impactan en la calidad educativa. La pérdida de espacios de discusión, de encuentro y trabajo colaborativo; el acostumbramiento a “presentarse” a clases con cámara apagada, o bien, desconectarse, no participar ni contestar preguntas del docente, en cambio, estar pendiente del celular o jugando en línea, implican no asumir ni entregar el protagonismo al estudiante en su proceso formativo.
Es así que, antes de “rasgar vestiduras” en relación con la copia y plagio en la universidad, es importante dar, por un lado, una mirada de contexto nacional y reflexionar sobre nuestro compromiso con la ética a nivel de país.Por otro lado, cuestionarnos como académicos nuestras prácticas evaluativas en pandemia.
También en esta área hay muchas oportunidades de mejora, en especial cuando tenemos la “tormenta perfecta”: Google a mano, apuntes y PowerPoint en el computador y en WhatsApp como llamado de emergencia (o comodín) al compañero o al experto.
Mirada macro. En nuestra sociedad encontramos una percepción bastante autocomplaciente sobre cómo somos los chilenos. Es frecuente que nos definamos como solidarios, serios, trabajadores, esforzados y más cumplidores que otras sociedades vecinas.
Incluso se ha escuchado esta idea que la Cordillera de Los Andes nos aísla del mundo latino y que, debido al clima más frío, nuestros días grises y emociones más templadas, somos conocidos como los ingleses del sur de América.
Continuará…