José Vázquez
Revista Nuestro Tiempo
Cuando en 2011 comencé la tesis, tenía en mente una misión clara: preparar un desembarco en el país de Tío Sam. Washington y Nueva York me atraían por su importancia en las discusiones de impacto global y la presencia de organismos internacionales. Además, esta nación ha acogido a varios miembros de mi familia procedentes de Ecuador y les ha dado oportunidades de progresar.
La Universidad de Columbia, alma mater de Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de Estados Unidos, me abrió sus puertas en 2013 para ahondar en pensadores políticos, ya que realizaba mi doctorado sobre el catedrático Ángel López-Amo (1917-1956) y la legitimidad de la monarquía española. En aquella estancia conocí a profesores, políticos y diplomáticos y contacté con profesionales de la arena internacional y del sector privado.
Pasaba los días entre el estudio de archivos, la lectura de autores censurados en época franquista, la asistencia a seminarios y la preparación de entrevistas para conseguir un trabajo tras la tesis.
Juan Bosco Molina, profesor de la Escuela de Arquitectura recientemente fallecido, fue mi mentor durante el proceso de búsqueda de empleo en Nueva York. Gracias a su ayuda, conocí a su amiga y colega Porie Siakia-Eapen.
La estancia de doctorado que realizó José Vázquez en Nueva York en 2011 preparó el terreno para su
aterrizaje.
Hablar con ella me marcó. Nacida en Sri Lanka, entonces era una directiva del MTA, la agencia responsable de la eficacia de los metros, trenes, autobuses y ferris. Sentados a la sombra de los árboles de Bryant Park y protegidos del fragor de la estación de Grand Central por la biblioteca pública, me atreví a preguntarle por qué un cargo tan destacado había accedido a reunirse con un simple doctorando. “Porque aquí uno nunca sabe si en algún momento yo trabajaré para ti”, contestó.
A finales de 2015, defendí mi tesis en el Aula Magna de la Universidad de Navarra y el día de San Valentín de 2016 pisaba de nuevo el aeropuerto JFK.
Dejé en Pamplona más de una década de aprendizaje, muchos amigos de por vida y a mi hermano Sebastián cumpliendo su sueño de convertirse en traumatólogo. Me llevé conmigo unos títulos firmados por Su Majestad y muchos recuerdos, como el pañuelico rojo de Sanfermines y la boina de san Beda, patrón de los historiadores. Ya en tierras de Hemingway, la acogida de mi familia contrastó con los gélidos inviernos del norte.
Continuará…