Ricardo Fernández Gracia
Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
El retablo mayor. Un análisis de la pieza nos lleva a los modelos de los talleres pamploneses de mediados del siglo XVIII y más concretamente al taller de José Coral, un artista valenciano, establecido en la capital navarra desde 1717 hasta su muerte en 1753, y autor de los retablos mayores de Huarte Araquil y Ciáurriz y del Rosario de Larraga.
Avalan esa atribución algunos hechos. De un lado, la remodelación del santuario en aquellos momentos, nada más mediar el siglo XVIII, con lo que era necesario un nuevo retablo acorde a las modas del momento. De otro, hemos de recordar que el duque de Granada de Ega y conde de Javier, don Antonio de Idiáquez emprendió en aquellos mismos momentos la empresa de construir nuevos retablos en las capillas e iglesias de su patronato.
Así lo hizo en la abadía de Javier y en los retablos de las capillas del Santo Cristo de los Milagros en la Merced de Pamplona (1750) y de San Pedro Mártir en los Dominicos de la misma ciudad (1743-1750). Estos dos últimos retablos fueron encargados por el duque al mencionado José Coral en 1750. No cabe duda alguna de que el noble deseó proyectar su imagen en todos aquellos espacios religiosos, dejando claras sus muestras de munificencia y sus devociones.
Don Antonio de Idiáquez Garnica y Córdoba (1686-1754), casó en 1708 con la condesa titular de Javier, doña María Isabel Aznárez de Garro. De sus costumbres y vida hizo un retrato el famoso padre Pedro Calatayud en un opúsculo publicado en Pamplona en 1756. Allí pondera su devoción a san Francisco Javier y al Corazón de Jesús y confirma toda su labor de promoción artística con las siguientes palabras: “Las limosnas cotidianas hizo de varios modos a diversas comunidades religiosas, a parroquias y basílicas; en unas costeando y dorando altares, en otras enviando estatuas y ornamentos preciosos, pues en solos cuatro años últimos subían de catorce a quince los ornamentos que hizo para varias iglesias y alguno de ellos subía casi a dos mil pesos. Cónstame que hizo no pocas limosnas gruesas de doscientos, de trescientos, de quinientos, de mil ducados, de mil pesos y hasta de cuatro mil ducados de una vez”.
El cuerpo principal alberga tres lienzos de comienzos del siglo XVIII.
En el retablo de la basílica de Labiano han desaparecido las columnas o estípites y las pilastras se decoran con motivos vegetales asimétricos, con leves atisbos del rococó, pero concibiendo el conjunto como las grandes máquinas barrocas. El banco está reaprovechado del retablo antiguo, realizado hacia 1690, cuando la santa estaba en la capilla de san Francisco Javier. En él se suceden cuatro escenas de la vida de la santa. En las centrales, que son puertas corredizas para velar la urna, se presenta a la santa despidiéndose de sus padres tras obtener su “licencia y bendición”.
A la izquierda del espectador aparecen su martirio, que serviría de modelo en composiciones pictóricas y grabadas y, a la derecha, la llegada de su féretro a Labiano, a lomos de la mula que cae ante el asombro de numerosos personajes. El cuerpo principal alberga tres lienzos de comienzos del siglo XVIII, la conversión de san Pablo, titular de la basílica, san Miguel expulsando a los demonios y los milagros de san Francisco Javier, en presencia de san Ignacio de Loyola.
Continuará…