Lucía Pérez Forrio
Revista Nuestro Tiempo
No hay más que hojear el manual de psicología de la Asociación Americana de Psiquiatría DSM-V para descubrir que la mayoría de psicopatologías están relacionadas, entre otros factores, con problemas de autoestima.
Ahondando en este término, Abraham Maslow defendía la existencia de una necesidad de aprecio, compuesta por aprecio a uno mismo y por parte de otros.
Otro famoso psicólogo, Carl Rogers, en su teoría fenomenológica, ya hablaba de la importancia de la autoestima para un desarrollo adecuado.
En parte, es esa autoestima la que nos permitirá relacionarnos satisfactoriamente con quienes viven a nuestro alrededor, porque nos hace conscientes de todo lo valioso que podemos ofrecer en los encuentros personales.
Responder a las necesidades afectivas del ser humano también implica tratarse con respeto, dignidad y delicadeza.
El amor hacia uno mismo nos lleva al amor al prójimo, forman un continuo. Responder a las necesidades afectivas del ser humano también implica tratarse con respeto, dignidad y delicadeza, supone desterrar el autodesprecio y la dejadez. Esa conciencia de valía permite vivir con serenidad la entrega al otro, con la satisfacción de dar lo mejor que tenemos simplemente por el hecho de amar, no por recibir un afecto de vuelta.
El amor propio bien entendido se aleja de la esclavitud del hedonismo y del yugo del placer como necesidad.
Una autoestima sólida permite poner a disposición de otros los propios dones, incluso las propias limitaciones, y eso es lo realmente satisfactorio: conocer el poder de generar bienestar a los que nos rodean.
Ante la amenaza del individualismo, hay una psicología que propone un modo de vivir que tiene en cuenta la propia dignidad y la ajena. Básicamente, cuidarse y cuidar.