Sergio Clavero García
Investigador del Instituto Cultura y Sociedad Universidad de Navarra
Cada vez son más los europeos con un nivel de estudios avanzado. Esta circunstancia tan positiva, sin embargo, no se ve correspondida con un crecimiento equiparable en el número de puestos de trabajo cualificados.
El resultado es que un porcentaje cada vez mayor de los trabajadores ocupa un puesto que requiere menos cualificaciones de las que esas personas han adquirido en su proceso de formación.
Esta situación afecta de modo más marcado a determinados grupos sociales, tales como los trabajadores jóvenes o las mujeres, entre otros. En conjunto, se calcula que más del 20 por ciento de trabajadores europeos con educación postsecundaria está sobrecualificado para el trabajo que realiza actualmente.
De manera que, desde el punto de vista de la sociedad, se están desaprovechando recursos en forma de formación avanzada, y desde el punto de vista de los individuos, las capacidades que tanto les ha costado adquirir no están siendo reconocidas como algo suficientemente valioso.
Fijándonos en este último aspecto, cabe plantearse qué criterios determinan el valor de nuestras capacidades laborales.
Al reflexionar sobre esta pregunta se nos ofrecen dos tipos de respuesta. Por un lado, en el mercado de hecho esas capacidades se valoran conforme a su utilidad y competitividad: por ejemplo, conocer detalladamente las propiedades de los distintos materiales de construcción se considera algo valioso (reconocido en forma de puesto de trabajo en un estudio de arquitectura) en la medida en que ese conocimiento sirve para construir casas que la gente quiera (y pueda) comprar, y en función del conocimiento que tenga al respecto el resto de posibles candidatos al puesto. Dicho de otra manera, desde el punto de vista del mercado, tener un conocimiento profundo sobre resistencia de materiales no es algo meritorio o valioso en sí mismo; factores tan heterogéneos (y tan fuera del control del individuo) como una revolución tecnológica que modifique los modos de producción, una crisis económica que haga caer sustancialmente la demanda de casas o un boom de graduados en arquitectura hacen que el mismo conocimiento (la misma capacidad, la misma cualificación) valga más, menos o incluso nada.
En el caso concreto de los trabajadores sobrecualificados, es comprensible una cierta frustración al no ver suficientemente reconocido tanto esfuerzo y sacrificio.
Esta determinación del valor de las cualificaciones laborales por parte del mercado contrasta con la evaluación que hace de ellas la propia persona que las posee.
En efecto, a la hora de valorar sus capacidades (especialmente las avanzadas), el trabajador no solo tiene en cuenta su utilidad o su competitividad, sino el hecho de que su adquisición es fruto de un proceso largo y costoso, en el que ha tenido que invertir una cantidad sustancial de tiempo, dinero y energía.
En el caso concreto de los trabajadores sobrecualificados, es comprensible una cierta frustración al no ver suficientemente reconocido tanto esfuerzo y sacrificio.
Esa sensación se ve acentuada al constatar que las cualificaciones se han obtenido en gran medida a través de un proceso socialmente regulado y promovido: no solo los diversos agentes sociales (gobiernos, universidades, la propia sociedad civil…) nos animan a adquirir una formación avanzada, sino que en la mayoría de los casos ellos mismos se encargan de organizar y certificar ese proceso.
Así, tenemos grados y másteres universitarios con reglamentos que fijan de manera estricta el número de créditos por superar, un Marco Europeo Común de Referencia para las lenguas (que clasifica el grado de conocimiento que se posee de un idioma, del nivel A1 al C2), etc.
Continuará…