Paola Bernal, Lucía Ferrer y Miguel Iriarte
Revista Nuestro Tiempo
Quiere compartir el pasadizo secreto del laberinto de tinta y editoriales. Quien la lee sabe que tiene una pluma cautivadora; usa las palabras acertadas, el adjetivo adecuado; conecta aspectos de la época clásica con la nuestra para reflexionar sobre los porqués. Y cuando habla muestra la misma habilidad que con la pluma: se expresa con sencillez, elocuencia y humor.
Uno de los estudiantes le pregunta cómo convencer a un no lector sobre la importancia de los clásicos en el presente. Irene responde que casi todos los libros los esconden en el sustrato de sus historias. “La hebra y el ovillo empiezan en Grecia y en Roma”. Menciona el ejemplo de Harry Potter. Al igual que Irene Vallejo, J. K. Rowling es filóloga clásica y románica y lo demuestra con el uso de conjuros inspirados en palabras latinas, figuras mitológicas y nombres como Hermione, hija de Helena de Troya, o Sybil en referencia a las sibilas.
Irene ha dedicado su vida a defender los clásicos y a llevarlos a todos los rincones. Publicaba en editoriales locales y durante muchos años recorrió bibliotecas de ciudades y pueblos donde organizaban grupos de lectura y, al acabar, “un banquete con tortilla de patata”. Pese a las dudas de su entorno, siempre reivindicó que su profesión era un trabajo de verdad. Cuenta que eso que suele llamarse fama no le llegó de repente, sino que la ha construido con “pasos muy lentos y mucha paciencia”.
Irene bromea con que tiene tantos libros que están a punto de expulsar a su familia de casa.
Irene bromea con que tiene tantos libros que están a punto de expulsar a su familia de casa. En una lucha permanente por el espacio, también anexionan territorios como el hogar de su madre. Su hijo Pedro está acostumbrado a hacer hueco en la mesa para dibujar o escribir, resguardado por una muralla de libros a su alrededor. Cuando era más pequeño, al visitar una librería decía “los libros de mamá” porque creía que todos los libros del mundo eran un rastro que su madre dejaba al pasar.
Su marido, Enrique Mora, la acompaña en cada paso de la aventura. Es profesor e investigador de Historia del Arte y de Medios Audiovisuales en la Universidad de Zaragoza. La ayuda en todo lo que puede: como padre, como lector privilegiado de sus textos, como organizador de sus compromisos y casi como guardaespaldas. Se comunican con la mirada en un lenguaje tan indescifrable que recuerda a los jeroglíficos en los templos egipcios. Cuando preguntan a Kike (así le llaman sus familiares y conocidos) cómo están llevando el ajetreo del éxito del libro contesta moviendo la cabeza sin terminar de creérselo: “Es una locura”. Describe su frenético día a día, entre conferencias, charlas en Zoom o eventos. Su tono no es de queja, reproche o presunción; se puede atisbar cierto orgullo. Solamente suspira al imaginarse cómo será cuando se levanten las restricciones y sus vidas se aceleren aún más. Alterna la mirada entre el grupo a su alrededor e Irene, con los ojos iluminados por un faro a la lejanía.
“Los más de diez mil bibliotecarios que trabajan en España […] alimentan nuestra adicción a las palabras. Son los guardianes de la droga”, afirma Irene Vallejo en su ensayo. Estas palabras cobran un significado especial cuando entra en la biblioteca del campus. Una de las profesionales se emociona al verla, sonriendo con entusiasmo desde su ordenador. Cuando la autora vuelve a pasar, el resto de empleadas ya ha salido de sus puestos. Le piden una fotografía, no sin antes alabarla por el libro. La escritora posa con ellas tras esbozar un gesto de disculpa con las personas que la acompañan. Al despedirse, junta las manos y se inclina con una pequeña reverencia.
Vallejo mira las estanterías con atención y asiente con interés a las explicaciones de Víctor Sanz, director de la Biblioteca. Camina como una delicada y poderosa embajadora de los clásicos seguida de su gran cortejo;, entre ellos, el profesor de Historia Antigua Javier Andreu, que la guía durante la jornada en Pamplona. La Universidad guarda un ejemplar firmado por cada autor que la visita, por lo que le entregan su obra para que se sume a esa colección tan preciada.
Continuará…