Sofía Salas Ibarra
Profesora Titular, Centro de Bioética, Facultad de Medicina
¿Se imaginan en el futuro poder elegir el color de ojos o del cabello de sus hijos? O, mejor aún, ¿lograr que sus futuros retoños tengan dotes excepcionales para la música, el arte, el deporte o que desarrollen un intelecto superior? Esto que parece más propio de la ciencia ficción puede ser realidad gracias a nuevos avances tecnológicos para editar genes. La técnica (llamada CRISPR-Cas9) puede borrar, añadir o cambiar genes, usando un sistema parecido al de “buscar y reemplazar” que usa un procesador de texto: busca el gen defectuoso, lo corta y “le pega” el gen normal. Esta técnica ha sido considerada “como una de las biotecnologías más valiosas jamás desarrolladas”.
Se ha dicho que el genoma es como un “ecosistema” donde los genes están en perfecto equilibrio, por lo que al intentar aumentar una cualidad se podría afectar otra, o en este “cortar y pegar” podrían inadvertidamente modificarse otros genes. Debido a las implicancias que estos avances científicos tienen para la salud humana, a mediados de julio, un comité de expertos convocados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) elaboró un documento sobre la edición genómica humana. En su documento, la OMS distingue claramente el editar células somáticas (es decir, cualquier célula del cuerpo excepto las células reproductoras), de la intervención en células germinales. Para el primer uso, la principal preocupación tiene que ver con el acceso equitativo a la técnica y que se utilice para graves condiciones de salud. Para el segundo uso, el principal problema es que la edición genética será traspasada a las futuras generaciones, con resultados inciertos para la salud de toda la especie humana. Más problemático aún es cuando se usa para intentar “mejoras”. Por estos motivos, la OMS es categórica en señalar que sería irresponsable, al menos por ahora, que se pueda continuar con las aplicaciones clínicas de la edición del genoma de la línea germinal humana.
Esta técnica estaría disponible solo para las familias y países más ricos.
Algunos han argumentado que esta modificación genética no es muy distinta a cuando los padres buscan estimular precozmente a sus hijos para que sean grandes tenistas o eximios pianistas. Pero la principal diferencia es que cuando es fruto del esfuerzo personal (ya sea impuesto por los padres o abrazado con pasión por el niño), se mantiene la libertad de poder desprenderse de ese hábito, lo que no sería posible si se nace condicionado genéticamente para aquello. Por otra parte, esta técnica estaría disponible solo para las familias y países más ricos, aumentando las desventajas ya existentes en la población. Por lo tanto, tiene la razón la OMS en manifestar su preocupación por las consecuencias de una intervención no regulada en el genoma de la especie humana, sobre todo cuando no se procura curar una enfermedad. ¡Digamos no a los “bebés a la carta”!