Judith Alegría y Antonio Rubio Martínez
Revista Nuestro Tiempo
Al tratarse de una “épica de frontera”, como la describe Montaner, se ven casos de cierta tolerancia inconcebibles en otros contextos; el alcáyaz Abengalbón, por ejemplo, compañero de armas del Cid, representa a los musulmanes que se adhirieron a su hueste. Aunque se mantiene leal a su rey, el Cid tampoco se quita de cruzar la teofrontera para ponerse al servicio del emir de Zaragoza.
Con el tiempo se añadieron más historias, como dice Porrinas, “la imagen mutante de un mito viviente”. Así, vinieron elementos inventados como la jura de Santa Gadea, en la que el Cid hacía prometer al rey Alfonso que no tenía nada que ver en la muerte de su hermano Sancho, o la victoria después de muerto, atado a su caballo como estandarte de la cristiandad y de España. Y por la fama que ganó por estos añadidos, pasó el umbral de la Edad Media y el de la península. En la obra dramática del valenciano Guillén de Castro Las mocedades del Cid (1605-1615), que a su vez recogía elementos de un cantar de gesta del siglo XIV, se basó Corneille para la que se considera la primera tragicomedia francesa. No solo eso, sino que Le Cid (1636) se entiende como uno de los grandes clásicos de la literatura francesa, hasta el punto de que hay quien piensa en el país vecino que el Cid fue inventado por el dramaturgo. Es en este trajín de historias e imitaciones en el que se adhiere, para enrevesarlo más todavía, el enfrentamiento y después asesinato del padre de Jimena a manos del héroe, ya que había deshonrado al del Cid.
El Cid de Charlton Heston recoge todo lo que caracterizaba al héroe del Cantar, pero coincide en su capacidad de reunión en moros y cristianos bajo un mismo estandarte.
Con el tiempo se añadieron más historias.
Esta cadena de influencias llegó hasta el siglo XIX, que, como decía Montaner, implantó un renacimiento cidiano centrado en su valor como símbolo nacional. Esto explica la profusión de representaciones del personaje en la literatura, la música (es muy conocida la ópera de Massenet Le Cid) y las artes plásticas (la estadounidense Anna Hyatt Huntington esculpió imágenes idénticas del héroe en diversas ciudades de España y América). También se le dedica papel y pluma al otro lado del
Atlántico. “—¡Oh, Cid, ¡una limosna! —dice el precito. / —Hermano, / ¡te ofrezco la desnuda limosna de mi mano! —“, escribe Rubén Darío en Cosas del Cid, dentro de Prosas profanas y otros poemas, basado en otros versos del francés Jules Barbey d’Aurevilly. Es una escena en la que un leproso le pide agua y el Cid se la presta sabiendo que puede contagiarse. Así llegamos a otra característica de este Cid, capaz de arriesgar su vida por socorrer y dignificar con sus actos a los desamparados, tan faltos de afecto. Esto podría haber facilitado su siempre buena acogida entre las clases populares, que dirían, como si también lo pensaran de sí mismos, “Dios, ¡qué buen vassallo, si oviesse buen señor!”. Y más aún cuando el Campeador se atrevió a hacer jurar al rey en Santa Gadea.
Darío inspiró a los entonces jóvenes autores de la Generación del 98, entre ellos los hermanos Machado. En su poema Castilla, Manuel recuperaba aquella escena, que ya estaba en el Cantar, en que una niña se ve obligada a no rendir hospitalidad al Cid: “Hay una niña / muy débil y muy blanca, / en el umbral. Es toda / ojos azules; y en los ojos, lágrimas”. Desesperados por buscar la esencia de España, desgajada por el desastre de Cuba y Filipinas, creyeron encontrarla en Castilla y en sus símbolos, como Rodrigo Díaz. Sin embargo, no todos los escritores se centraron en esa faceta unificadora del Cid. Rafael Alberti, marinero de la Generación del 27 y exiliado en Francia, se identifica con el Cid en Entre el clavel y la espada como desterrado, aspecto en el que también se fijará su compañera, María Teresa León, en Jimena. La dictadura de Franco (quien, en 1955, llegó a insinuar que él mismo era una especie de reencarnación de don Rodrigo, si bien un poco menos imponente) recupera el sentimiento nacionalista que podía despertar el Cid, pues se trató de justificar la Guerra Civil como una segunda reconquista.
Continuará…