En un día como hoy, el 1 de agosto de 1548, el licenciado Francisco Marroquín, firmó una carta dirigida al rey de España, en la que le solicitaba que en Guatemala se fundara una universidad. Dos cosas son necesarias para la preservación de los pueblos: ciencia y funcionarios, decía el obispo en su carta.
Vuestra Majestad sea servido de “enviar acá un buen gramático, un buen artista (filósofo), un buen teólogo y un buen canonista, que fácilmente se podrán obtener de las universidades de Salamanca y Alcalá”, citaba el religioso en su misiva.
La solicitud no tuvo pronta respuesta. Más bien fue postergada largamente.
Finalmente, llegó el 26 de octubre de 1676, un siglo y 28 años después de que la petición fuera planteada por Marroquín, quien para entonces, obviamente, ya no existía.
Sin embargo, el obispo había dejado recursos para financiar la universidad, cuando ella fuere aprobada por las autoridades del Reyno de Guatemala.
Fue un día de júbilo, dice José Mata Gavidia, “cuando en la Sala del Real Acuerdo de Justicia, los señores Presidente y miembros de la Audiencia, don Fernando Francisco de Escobedo, capitán general del Reino, y los doctores don Benito de Naboa Salgado y don Jacinto Roldán de la Cueva, oidores, estando también presente el licenciado Jaime Moreno, Fiscal de Su Majestad”, conocieron que se otorgaba la diadema de sede universitaria.
Desde entonces, la Universidad de San Carlos, ha realizado una labor formativa que ha suministrado al país los profesionales necesarios para desarrollar las actividades de alto requerimiento que Guatemala necesita.
Esa labor ha sido realizada en el curso de casi tres siglos y medio, por lo cual, los estudiantes y profesionales egresados de esa casa de estudios superiores la llaman “la tres veces centenaria Universidad de San Carlos” o solamente “la Tricentenaria”.
Esta labor, ahora, está complementada por un conjunto de Universidades privadas, que también desarrollan una tarea significativa.
La Universidad en los tiempos de la pandemia
Las autoridades de la Carolingia dicen que se desarrollaron las universidades en Oxford, Inglaterra, en el siglo once, y París, en el siglo doce. En el siglo trece, en el reino de León, actual España, se estableció la Universidad de Palencia y, en el reino de Castilla, la de Salamanca.
El licenciado Eduardo Sacayón, investigador de la Universidad de San Carlos, dice que esta casa de estudios superiores fue constituida a imagen de la Universidad de Salamanca, y agrega que, por ello, tenía un marcado carácter memorístico.
Ese modelo, menciona Sacayón, tiene que ser abandonado y mejorado.
En la actualidad todos los ámbitos de la vida nacional están marcados por la pandemia del Covid-19. La universidad no ha quedado al margen de los efectos de la enfermedad.
“La educación en línea fue adoptada masivamente por la educación superior como chaleco salvavidas, para no ahogarse en las turbulentas aguas que arrastra el coronavirus”, afirma el profesional sancarlista.
En cuanto a lo que depara el futuro, el profesional cita que “el tiempo que requerirá el retorno de la universidad y la escuela a sus aulas de cuatro paredes todavía es incierto”.
A su regreso se deben tomar en cuenta las lecciones de este período aciago.
“Seguramente, los impulsores de la tecnología se expresarán en forma más enérgica”, apunta Sacayón. “Una necesidad que no debe oponerse a la figura del maestro”, puntualiza.