Marcos Ondarra
Revista Nuestro Tiempo
Y cuando se encuentran con el espíritu de san Josemaría, se sienten interpeladas”, asegura.
En cuanto a la más noble de las ciencias humanas, Matis hace gala de un criterio exquisito. Y no hay mejor prueba de ello que su devoción por U2, Pink Floyd o Natalia Lafourcade, que el sacerdote escucha para rezar durante sus paseos por la città eterna.
Su gran suerte ha sido encontrar en la música una manera de “redescubrir lo sagrado”. Si santa Teresa veía a Dios entre pucheros, Andrej Matis lo percibe entre violines. Acaso porque la música inflama el alma hasta que vuela y se acerca al Creador en una transverberación musical.
¿Ha tenido experiencias cercanas a Dios a través de la música? Sí, sobre todo gracias a mi descubrimiento del canto gregoriano. Primero tuve que aprender latín, eso sí. Tolkien dice que para el hombre es más natural cantar que tartamudear. Los elfos de El señor de los anillos hablan con tanta nobleza que casi parece que cantan.
La clave es darse cuenta de que lo sagrado es distinto de lo profano.
Con el gregoriano pasa algo similar: son palabras recitadas de un modo tan auténtico que llegan a convertirse en música, en oración. Andrej Matis tiene esa rara vocación por lo añejo que le hace mezclar en una misma parla a Tolkien y U2 con Bach y el canto gregoriano. Y aunque parezcan elementos inconexos, todos componen la pieza armónica que es su vida.
¿Qué encuentra especial en el gregoriano? El canto gregoriano es capaz de activar en el hombre la percepción de algo sagrado. Basta escuchar un poco, incluso sin entender la letra, y uno dice: “Aquí hay algo que va más allá, que me trasciende”.
Además, es universal. No hay una cosa más común que el uso de latín en la liturgia. Une a la Iglesia en la tierra y une el presente con todos los siglos en los que ya se rezaba con este lenguaje. Sin miedo al anacronismo, la reivindicación del canto gregoriano forma parte de la concepción que Matis tiene del arte como perenne; huella indeleble que Dios ha dejado en el mundo. “Una cosa es anclarse en el pasado y otra recibir y hacer propio algo que tiene siglos de existencia y que sigue mereciendo la pena”, asevera. Resulta que “siempre se puede crecer en la comprensión de esos tesoros que vienen de tan lejos”. Lo mismo sucede con la fe o con la liturgia.
Unos días antes de esta conversación, Matis escuchó Nunc Dimittis, de Paul Smith, en la interpretación del ensamble inglés Voces8. Y pese a que la polifonía sería, según dice, demasiado “audaz” para el renacentista Palestrina o para Bach, puede acompañar bien a la oración: “Evoca desde el primer momento la sacralidad; ayuda a rezar”.
Si algo ha aprendido bien el violinista de san Josemaría es que se puede rezar con canciones profanas. “Uno va por la calle cantando With or Without You y la canción le sirve para hablar con la Virgen o con Jesús”. Pero eso no significa que se deba desplazar la liturgia: “U2 te puede servir para una oración privada, mientras que la liturgia es una oración pública que busca universalidad. No sé si mi abuela de 94 años, que iba a misa todos los días, habría conectado con U2…”.
U2 es un claro ejemplo de cómo se puede expresar lo atávico y lo actual a la vez. Sí, y eso que no es fácil. La clave es darse cuenta de que lo sagrado es distinto de lo profano. La jarra que utilizas para tomar cerveza con tus amigos no la puedes emplear para celebrar la misa, al menos si consideras que es un misterio, una actuación divina en favor de la humanidad. Por eso te sirves de un vaso distinto. Las diferencias tienen que ver con el material, con las formas, con los colores… Lo mismo ocurre con la música.
¿En qué consiste la dignidad formal de un elemento de culto? A Dios lo podemos encontrar en medio del mundo. Pelando patatas, por ejemplo. Pero, dicho de un modo un poco bruto, Dios no está en las patatas.
Continuará…