domingo , 24 noviembre 2024
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Hopkins: la hondura, la poesía

Joseluís González 

Profesor y escritor Revista Nuestro Tiempo 

Con un estilo diferente al de sus contemporáneos victorianos, la obra del londinense Gerard Manley Hopkins (1844-1889) se publicó, treinta años después de haber fallecido. Reconocido desde el primer tercio del siglo XX, sus poemas aún se reservan las incógnitas del misterio. 

En el marzo inglés de 1879, a un hombre de treinta y pocos años, de no demasiada estatura, culto, hipersensible, le llenó de aflicción adivinar las consecuencias de un hecho que a otros no les hubiera dejado tan estremecido el interior. Habían talado inmisericordemente unas hileras de chopos que alargaban la perspectiva del Támesis, donde el curso del río se estrechaba. Era cerca de Oxford, en un pueblecito llamado Binsey, próximo a la universidad donde él se había formado. Habría recorrido, quién lo iba a dudar, multitud de tardes paseando desde su Balliol College, uno de los centros oxonienses más exigentes, aquel trayecto amable de unas dos millas. 

No era solo el espectáculo del deforme paisaje de esos troncos destronados, ni se trataba de añorar lo que ya no existe, la fúnebre pero clásica elegía de echar de menos lo que los ojos (cercenados) no van a volver a encontrar. La verdadera emoción de sentir aquello desamparado de árboles, llegaba de constatar que otros no podrían contemplar esa belleza esbelta de los álamos. Había disminuido de pronto la hermosura del mundo. Le producía dolor. Aquel hombre joven era sacerdote, de la Compañía de Jesús. Converso.

Leí la traducción del doctor Abelardo Moralejo Álvarez, cirujano y devoto de este poeta inglés.

Y además un poeta portentoso. Innovador y difícil en la forma. Majestuoso de música en sus versos. O haciendo que chirriaran. Penetrante en imágenes y en sugerencias. Es decir, el grado supremo de la exultación, de la alegría más ilimitada. O del desconsuelo. Pero que no podía escribir sin permiso. Despreocupado por publicar sus papeles, los enviaba a uno de sus mayores amigos y compañero de campus, Robert Bridges. Aquellas impresiones líricas descendían hasta las honduras (descienden aún hasta mayores honduras), pero devuelven la certeza del alma, el hermosor de la arboleda y de amar, aunque derroquen un séquito de Populus alba, centinelas de todas las orillas. Escribió Binsey Poplars.

El primer poema (perdonen la confidencia) que conocí de Hopkins. Gerard Manley
Hopkins. “My aspens dear, whose airy cages quelled, / Quelled or quenched in leaves the leaping sun, / All felled, felled, are all felled”. Leí la traducción del doctor Abelardo Moralejo Álvarez, cirujano y devoto de este poeta inglés. Bastantes veces. Luego, me senté ante el ordenador para buscar a alguien que recitara Binsey Poplars. Di con una voz grave que recuperaba la vida y la melodía o la aspereza de las dos estrofas. Después corrí a hacerme con un ejemplar de la edición bilingüe de Poemas completos, preparada en 1988 por Manuel Linares Megías.

Continuará…

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