La impecable factura técnica, como siempre, el reciente Informe de Política Monetaria (IPoM) publicado por el Banco Central entrega su visión actualizada sobre el cuadro actual y perspectivas de la economía chilena, generando un ancla en las expectativas que solo una institución de reconocido prestigio e independencia puede lograr.
La noticia que ha acaparado los titulares ha sido, sin duda, el ajuste al alza que introdujo en sus proyecciones de crecimiento para este año (8,59,5, ya que ello permitiría más que recuperar todo lo que se retrocedió el año pasado en cuanto a niveles de actividad). Todo esto, en un contexto en que el escenario internacional se presenta favorable para Chile, tanto en términos de demanda por nuestros productos como del precio al cual se pueden vender, siendo el caso del cobre el ejemplo más emblemático, por tratarse de nuestro principal producto de exportación.
Una primera mala noticia, aunque bastante evidente, por lo demás, es que la fuerte alza que estamos viviendo en los niveles de actividad responde a un fenómeno que es esencialmente transitorio, por no decir artificial. Sin desconocer que la capacidad de adaptación de la economía a las nuevas circunstancias ha sido superior a lo inicialmente estimado, la fuerte expansión fiscal que está teniendo lugar con motivo de las ayudas que el Gobierno está entregando a las personas y empresas de menor tamaño que se han visto más afectadas, sumada al efecto sobre la disponibilidad de liquidez proveniente de los retiros de los fondos previsionales, están proporcionando un impulso adicional de dimensiones colosales, imposible de mantener. Por tanto, no debería ser motivo de sorpresa que la proyección de crecimiento del PIB para 2022 se haya ajustado a 23%, y para 2034, 1,752.75%.
Una segunda mala noticia, pero esta sí con un impacto de mediano y largo plazo, es la revisión a la baja que se introdujo en el crecimiento tendencial, disminuyendo a un rango centrado en 2.8% durante el periodo 2021-2030, el que se contraería a 1.7% en la segunda mitad de esta década.
O sea, estaremos tendiendo hacia un estancamiento en el PIB percápita. Todo esto, a causa de la persistencia de una tendencia declinante de la productividad total de factores (PTF), y de una disminución en la contribución al crecimiento de los factores capital (inversión) y trabajo (empleo), especialmente de este último, durante la segunda mitad de la década.
Esto no es algo nuevo, pero hay aquí una constatación de que el problema se ha venido agravando. Es lamentable que, habiendo bastante consenso técnico respecto de la raíz del problema desde hace ya largo tiempo, el tema no haya recibido la atención requerida, con un genuino esfuerzo por buscar puntos de acuerdo para poder avanzar en los aspectos más elementales.
Lo que no ha logrado calar lo suficiente en la discusión es que, detrás de proyecciones de este tipo, no hay solo números para ser discutidos en el ámbito académico, sino que una real pérdida de calidad de vida y de bienestar de las personas, lo que se hace sentir principalmente en empleos de menor calidad y en remuneraciones más bajas.
Ya no hay que seguir perdiendo más tiempo. Un punto de partida evidente debería ser concentrarse en la generación de nuevos empleos, transformando los subsidios de carácter asistencial en apoyos más profundos que fomenten verdaderamente la contratación de trabajadores, incluyendo medidas de capacitación y reconversión laboral, e incorporando flexibilizaciones básicas en la legislación al menos para las empresas de menor tamaño. Por algo hay que empezar.