Londres, EFE.-
Mucho miedo a perder y mucho orgullo en Wembley, donde Inglaterra y Escocia
empataron a cero en un duelo con más historia dentro del campo que fuera de él.
La tartan army dio la cara, ahogó a los ingleses y firmó un empate que
les deja vivos y con la cabeza alta en la Eurocopa.
Los habrá mejores, los habrá peores, pero pocos partidos en lo que va de
Eurocopa como un Inglaterra-Escocia. El ambiente de la grada lo valía todo. El
factor emocional era lo más importante. Tanto fue así que el empate contentó a
ambas. A Inglaterra le vale para jugarse el primer puesto del grupo en la
última jornada, a Escocia para maquillar el historial, olvidar el nefasto
resultado del 96 y mantenerse con opciones contra Croacia.
Y es que en un Inglaterra-Escocia daba igual lo que ocurriera en el césped que
siempre iba a haber una garganta cantando. De un lado se pitaba el Flower of
Scotland, pero los escoceses no podían replicar las casi 20 mil personas
del God Save the Queen. Se tuvieron que conformar con pitar a los
aficionados que se arrancaban con el Three Lions. En muchos momentos del
partido lo más interesante pasaba en la grada y no en el campo.
Inglaterra, consciente de su supuesta superioridad, salió con ganas, con el
pecho por delante. Escocia, ingenua, sin darse cuenta que no estaban tan por
detrás. Casi les cuesta el partido. Un córner puesto por Mason Mount lo remató
solo John Stones, en posición inmejorable, pero al paral izquierdo.
Desde ahí, apenas en los primeros minutos, Inglaterra se desinfló. Cayó en la
trama de Steve Clarke, que sacó lo mejor que tienen los escoceses, el orgullo.
Sin mucha calidad arriba, pero con el ímpetu de los Robertson, Tierney, McGinn
y la precocidad de Billy Gilmour, Escocia compitió de tú a tú y rozó el gol con
un centro al segundo palo que enganchó O’Donnell. Una volea casi perfecta que
sacó la manopla salvadora de Pickford.
Solo la falta de talento en el último cuarto de campo les impedía aspirar a
probar más al portero del Everton. Y además les ocurría una cosa, el orgullo
dura para siempre, la gasolina no. Con el pasar de los minutos, el partido
comenzó a quebrarse. Había más espacio para los ingleses, pero cada córner en
contra era como un tembleque para ellos. Más aún cuando comenzaron a sacarse
desde el lado donde animaba la tartan army. En el primero de la segunda
parte, Reece James tuvo que sacar bajo los palos un cabezazo de Lyndon Dykes.
Sin Kane, desaparecido, sin Sterling, insípido, y con la esperanza de que Jack
Grealish lo solucionara todo saliendo del banquillo, Inglaterra se conformó.
Consciente de que el empate no era malo para jugarse el primer puesto con los
checos. Escocia quería más, y lo saboreó con un remate de Che Adams a 10
minutos del final que bien pudo acabar en la red, pero el 0-0 también les
sirve.
Les da fe para ganar a Croacia en la última jornada y les permite redimirse en
Wembley, donde sucumbieron hace 25 años y donde esta vez aguantaron de pie. Con
poco futbol, pero mucho orgullo.