lunes , 25 noviembre 2024
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La última frontera del conocimiento (V)

Dr. José Luis Lanciego

Investigador del Programa de Neurociencias del Cima

Encontrar las causas primarias del proceso acelerado de muerte neuronal y hallar tratamientos eficaces para cronificarlo, es quizá el reto científico más importante que afronta la Medicina. Variar el movimiento eléctrico que
circula por determinadas zonas del cerebro supone, sobre el papel, la aproximación más sencilla para reparar los daños neuronales. En 1985, el británico Anthony Barker consiguió manipular la actividad cerebral mediante la estimulación magnética. A través de esta técnica se pueden excitar o inhibir neuronas y, desde hace varios años, se aplica al tratamiento de la depresión y las migrañas, y se investiga su uso en alzhéimer, párkinson, trastornos bipolares, dolor crónico, epilepsia o adicciones a drogas, aunque su efecto clínico a largo plazo genera controversia. 

Otro procedimiento basado en el empleo de la electricidad, en este caso invasivo, es la estimulación cerebral profunda, que consiste en implantar un electrodo como si fuera un marcapasos. Desde su desarrollo en 1985  por los franceses Alim Louis Benabid y Pierre Pollak, su uso se ha generalizado y varias decenas de miles de pacientes con párkinson han experimentado una mejoría de su sintomatología motora. Más recientemente, también se está empleando una técnica no invasiva denominada “ultrasonidos focalizados de alta intensidad”, que produce una lesión térmica en la zona cerebral de interés.

Además, se están generando nuevas aproximaciones terapéuticas. En 1979 el británico Francis Crick, codescubridor de la estructura de doble hélice del ADN y Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1962, escribió un artículo en la revista Scientific American donde argumentaba que el progreso de la neurociencia necesitaba el desarrollo de herramientas que permitieran controlar la actividad de unas neuronas determinadas, sin afectar a las demás. Veinte años después, Crick propuso estimular estas células con luz. A principios de los 70 se habían descubierto unas moléculas bacterianas de la familia de las opsinas, que se activaban por la luminosidad y cuya función era la de transportar iones desde el interior al exterior de la célula. Los experimentos de Boris Zemelman, Edward Boyden, Gero Miesenböck y Karl Deisseroth, realizados entre 2002 y 2005, consiguieron llevar a la práctica la visionaria idea de Crick.

En 1985, el británico Anthony Barker consiguió manipular la actividad cerebral mediante la estimulación magnética. 

Los primeros logros de la manipulación de circuitos mediante esta técnica optogenética en animales de laboratorio (se eliminó la adicción a cocaína y se borró de la memoria recuerdos traumáticos en ratones), dieron paso en 2016 al primer ensayo clínico para restaurar la visión en pacientes con retinitis pigmentosa. Muchos científicos tienen ya su mirada puesta en un futuro que nos permitirá aumentar nuestras capacidades mentales. Una vez dispongamos del mapa personal de nuestro conectoma, ¿sería posible hacer una copia de seguridad de nuestros recuerdos en una red informática para volcarlos de nuevo posteriormente si nos vemos afectados por la enfermedad de Alzhéimer? Estas especulaciones y otras muchas no son fantasías, sino que pueden leerse en artículos especializados y libros de divulgación. 

El neurocientífico británico Timothy Bliss vaticina que podremos acudir al cirujano de sinapsis para colocarnos un determinado implante que, por ejemplo, mitigue la depresión o frene la adicción al tabaco o que nos dote del recuerdo artificial que deseemos. ¿Tendrá la cirugía sináptica la clave para librarnos de los trastornos mentales, del párkinson o del
alzhéimer? En las próximas décadas, el estudio del conectoma humano revolucionará las neurociencias. También lo harán las nuevas tecnologías, como la terapia génica aplicada a enfermedades del sistema nervioso central. Hay investigaciones en macacos que demuestran que es posible desconectar selectivamente un determinado circuito cerebral, así como restaurar uno dañado.

Continuará…

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