Por: Ricardo Fernández Gracia
La imagen de la serpiente, al igual que la de otros animales y objetos, no posee el mismo significado en los diferentes periodos históricos, ni en los diversos lugares en los que se le representa. Es preciso, siempre, contextualizar su presencia y hacer notar la relación con el personaje al que acompaña, sin perder nunca de vista el entorno general y particular. Su carácter venenoso y actuación como tentadora en el Paraíso, la acabaron por convertir en símbolo del pecado y del demonio. Las alusiones despectivas en la Biblia son abundantes. Sin embargo, su facilidad para renovar la piel, o desprenderse del veneno cuando va a beber agua a un río, le valió ser símbolo de la prudencia y de la renovación de la vida.
En la Antigüedad, fue atributo de Apolo (por haber vencido a la serpiente Pitón), de Hércules (por haberse enfrentado a un par en la misma cuna), de Esculapio (divinidad de la medicina) y de Ceres (personificación de la tierra, por andar siempre pegada a ella). Acompaña a las alegorías de la envidia, la herejía, el pecado, la discordia y la dialéctica. Cuando aparece en un círculo, mordiéndose la cola, se le conoce como ouroboros, con significado de
eternidad.
Asimilada al mal, el pecado y el veneno en la iconografía religiosa. La presencia de la serpiente junto a Adán y Eva en el Paraíso, o vencida y pisoteada a los pies de la Inmaculada o de un Resucitado, es harto elocuente de su filiación con el pecado y el mal.
Desde el siglo XII, contamos con figuraciones de la serpiente en el Paraíso, junto al árbol del bien y del mal e incitando a Eva a tomar la fruta prohibida. La maldición divina sobre el animal fue un texto del Génesis muy comentado. Al respecto, hay que recordar que el reptil fue un instrumento del diablo en la tentación y acabó identificándose con él desde el siglo II. Entre las representaciones del pasaje, tenemos una enjuta de la portada de Santa María de Sangüesa de fines del siglo XII, un capitel de la puerta del Juicio de la catedral de Tudela, en las primeras décadas del siglo XIII y otro capitel de Santa María de Olite, de fines de la misma centuria. En el claustro pamplonés, en las postrimerías del siglo XIII y comienzos del XIV, encontramos la escena en un capitel, con la novedad de que el ofidio posee cabeza de mujer, en sintonía con algunos textos de los siglos XII y XIII. El arte de los siglos siguientes dejó ejemplos del pasaje en retablos, como los renacentistas de Huarte Araquil y Valtierra o la pintura rococó de Pedro de Rada en la sacristía capitular de la catedral de Pamplona. La escena del pecado original figura pintada con delicadeza en el orbe, sobre el que apoya el Niño Triunfante de las capuchinas de Tudela (hoy en el Museo Decanal de la misma ciudad), obra atribuible a Luis Salvador Carmona (c.1760). Por si no fuera suficiente para recalcar el triunfo sobre el pecado y la muerte, al orbe se enrosca una desafiante serpiente con la boca abierta. No faltan plasmaciones del tema en las artes suntuarias, como el plato limosnero de Sorlada, obra de la primera mitad del siglo XVI.
La figura de Cristo resucitado, no tan abundante como cabría pensar, porque en el ciclo de pasión y resurrección domina clarísimamente el primer apartado, se acompaña en algunas ocasiones de una calavera y una serpiente en sus pies, para pregonar su victoria sobre la muerte y el vicio. Así, lo encontramos en el retablo mayor de Santa María de Tafalla, obra romanista comenzada por Juan de Anchieta y finalizada por Pedro González de San Pedro. El modelo de Tafalla, basado en una famosa escultura de Miguel Ángel, se siguió en otros casos como los de Andosilla, Murillo de Yerri y Mendigorría. Con el mismo significado, aparece en las puertas de algunos sagrarios, como los de Lácar, Mutilva Baja, Galar, Arboniés y Araiz. A los pies de la Inmaculada Concepción, junto a la media luna alusiva al texto apocalíptico, suele aparecer un dragón o una serpiente, frecuentemente mordiendo el fruto del árbol.
Continuará…