Miguel Ángel Alonso del Val
Director de la Escuela de Arquitectura
Como ya tuve el honor de glosar en la obra Vislumbres (editada por la Embajada de España en Italia a modo de homenaje a las personalidades que más han contribuido a la historia común de Italia, España y Iberoamérica), Rafael Moneo ha logrado compaginar con maestría sus vertientes académica, teórica y creativa hasta convertirse en el más alto referente de la arquitectura española actual, y también de la arquitectura mundial. Hecho probado con la entrega de este último premio en el marco de uno de los eventos artísticos y culturales más prestigiosos en la actualidad, como es la Bienal de Venecia.
Desde aquella primera conexión con la Cittá Eterna, a comienzos de los sesenta, la cultura y la arquitectura italiana van a ser cruciales en la formación de Rafael y en el desarrollo de su personalidad como arquitecto. Allí entró en contacto con Bruno Zevi, historiador que había reivindicado la arquitectura orgánica frente al dominio del racionalismo en el relato del Movimiento Moderno. Y pudo conocer (a través de los viajes del segundo año de la Academia) la arquitectura más insigne de Grecia, Estambul, Viena, Ámsterdam o París, lo cual no impidió que Italia siguiera siendo, para él, referencia máxima para interpretar la obra de arquitectos modernos de corte más monumental y expresionista.
En Venecia, participó en el concurso del Cannaregio en 1978.
En los años setenta, Moneo mantiene una estrecha relación con arquitectos italianos tan relevantes como Aldo Rossi o Manfredo Tafuri. En este tiempo, también va creciendo su admiración no solo por la historia y las teorías arquitectónicas del país, sino por el mecenazgo industrial de familias como la Olivetti, cuyo modelo consideró paralelo al del empresario navarro Félix Huarte (que había promovido el edificio Torres Blancas de Sáenz de Oíza y en el que colaboró como estudiante el propio Moneo), y cuya relación con su hija María Josefa se fraguó en el encargo del Museo Universidad de Navarra, en 2015. A partir de los años ochenta, como chairman de la GSD de Harvard, su carrera tomó una dimensión internacional, que culminó con la concesión del Premio Pritzker, en 1996.
No obstante, Rafael enlazó de forma continua los concursos en Italia. Concretamente en Venecia, participó en el del Cannaregio en 1978 y allí ganó, en 1990, el del Palazzo del Cinema para el Lido, un proyecto que materializó en un brillante ejercicio de equilibrio entre tradición y modernidad todavía pendiente de construcción.
Como contrapartida, la figura de Moneo también ha sido ampliamente reconocida por la cultura italiana. Desde 1992 es miembro de la Academia de San Luca de Roma y en 1998 recibió el prestigioso Premio Feltrinelli, de manos del presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro. En su discurso de agradecimiento, él mismo expresó su alegría por un reconocimiento que satisfacía “los sueños del joven arquitecto que fui en Roma”.
A estos galardones se han sucedido otros muchos, próximos y lejanos, como el Premio Príncipe de Viana, 1993; el Premio Príncipe de Asturias, 2012; la Medalla de Oro de la UIA, 1996, o el Praemium Imperiale de Japón, en 2017. Al recibir el Premio Internacional Piranesi, en 2010 (por el Museo de Arte Romano de Mérida, símbolo de la arquitectura pública de la joven democracia española), no le han faltado ocasiones de agradecimiento, en las que ha rememorado, habitualmente, aquel primer viaje a Italia que dibuja una nueva etapa en la ciudad de Venecia: “El viaje a Roma incorporó a mi trabajo posterior ese respeto al medio construido, por no decir a la historia. Eso es algo que aprendí en Roma, y no me refiero a lo que aprendiese en el Panteón, sino en el caldo de cultivo que era la Roma de entonces”.