Recién estrenado en Netflix está el documental de Héroes del Silencio, tan anunciado desde la fallida serie Rompan Todo: La Historia del Rock en América Latina. Este filme venía a decir la verdad sobre una de las bandas que fueron anuladas en la mencionada producción; a pesar de que se habla de la movida madrileña y se le da un vistazo de mala gana al rock español. En Rompan Todo, la prioridad era reescribir la historia y hacer una nueva y oficial a partir de la mirada cegatona de Gustavo Santaolalla.
El documental de Héroes del Silencio no es nada más que una extensión de Rompan Todo. Se dice lo que conviene, no se habla de lo que incomoda, se disminuye aquello que pasó y los hoyos de la narrativa son trabajos de bacheo. Este maquillaje barato se produce porque la historia no terminó bien. Los egos arruinaron a una banda que se ahogó en un vaso de agua. Uno termina de ver el documental y la impresión que nos deja es cuatro tipos que no se pueden ni ver y se odian; una desazón terrible.
Pero lejos del resultado, el documental es fallido en cuanto a su acuciosidad. Se enfoca en la frivolidad. Da pena ajena la prensa española de aquel tiempo y los productores del documental que, a falta de entender la música, se enfocaron en detalles como la melena de Bunbury, que por aquellos días era rubia, y en si consumían drogas o no. Aparte de eso, en aquellos años postFranco había un despertar y revolución masiva en España, contexto que ni se menciona. La movida madrileña, como se le llamó al movimiento pop, fue más vital que el vistazo que se le da; tres bandas con sabor a chicle y ya, a Zaragoza.
“En el documental se dice lo que conviene, no se habla de lo que incomoda y se disminuye aquello que pasó.”
Se dice muy poco de los integrantes y de su infancia. Parece que después de salir de la matriz aparecen con guitarras, se unen a un par de bandas y luego se encuentran. Todo sucede en una oración de sujeto y predicado. A lo mejor yo estoy mal y es el efecto de que Zaragoza es un pueblo mágico.
Como sea, se mencionan pocas canciones. Se abunda en los festivales europeos y en las giras en una van. Para nada, en el impacto que lograron en Latinoamérica, que da para otro documental. Eran ofensivos los clichés de un “matrimonio que se deteriora mientras el éxito lo alcanza”. No hay profundidad en los discos y las canciones. Es decir, en la médula del artista y lo que hacía a Héroes, Héroes del Silencio. Aquello se diluye en el conformismo de la aceptación.
Fuera del ejercicio nostálgico, con el que se ganan a la fanaticada Gen X, se ve con preocupación el correr de los tiempos y la decadencia del periodismo musical y cultural. Esta ala que alguna vez se vio como modelo de periodismo migró a una mejor vida, al de periodismo coyuntural, y ahora la prioridad es comer. ¿Podemos culparlos? No. Es sobrevivencia. La cultura del escándalo ganó y este documental es el vivo ejemplo que no importa el artista sino los escándalos que produce para crear tráfico y más clics. Oportunidad perdida.