El concepto e idea de patrimonio se configuraron en el siglo XIX, tras las experiencias de destrucción a causa de las guerras y revoluciones, que hicieron desaparecer muchas huellas de un pasado aborrecido que querían borrar. Una circular de la Convención Nacional Francesa de 1794, tras las múltiples destrucciones, recordaba: “Vosotros no sois más que los depositarios del bien donado a la gran familia, la que tiene derecho a pediros cuentas.
Los bárbaros y los esclavos detestan las ciencias y destruyen los monumentos artísticos. Los hombres libres los aman y los conservan”. En España, tras las desastrosas consecuencias de la Desamortización de Mendizábal, no tardaron en surgir las Comisiones de Monumentos provinciales para tratar de frenar una catástrofe en patrimonio, mueble e inmueble, bibliográfico, musical y documental.
Al apreciar nuestro patrimonio cultural, podemos descubrir nuestra diversidad e iniciar un diálogo intercultural sobre lo que tenemos en común con otras realidades. Al respecto, nada mejor que recordar esta reflexión de Mahatma Gandhi: “No quiero mi casa amurallada por todos lados, ni mis ventanas selladas. Yo quiero que las culturas de todo el mundo soplen sobre mi casa, tan libremente como sea posible. Pero me niego a ser barrido por ninguna de ellas”.
Una sociedad avanzada y libre debe salvaguardar y gestionar adecuadamente su patrimonio. Una sociedad avanzada, culta y con altos niveles de bienestar, no puede consentir que su patrimonio cultural esté ausente de su devenir cotidiano.
Una sociedad avanzada y libre debe salvaguardar y gestionar adecuadamente su patrimonio.
El progreso, en cierto modo, se puede medir por el nivel cultural alcanzado por la misma. Ello ha generado que, en países desarrollados, exista una gran demanda social en torno al uso y disfrute de los bienes culturales. Este hecho se ha convertido en una exigencia ante las instituciones, lo que se ha traducido en el derecho de los ciudadanos a la cultura, como reconocen distintos textos constitucionales. Esto último ha llevado también a valorar los riesgos que suponen las masificaciones y los aspectos positivos y negativos del turismo cultural.
En ese sentido, hay que insistir en que el uso y disfrute del patrimonio cultural puede y debe ser rentable desde una gestión que implique su investigación, conservación y difusión. Las directrices de la Unesco y otros organismos insisten en el conocimiento, difusión y sensibilización en torno a los bienes culturales, proponiendo a los Estados programas de educación e información mediante cursos, conferencias y seminarios en todos los grados de la enseñanza, reglada y no reglada, en aras a promover y realzar el valor cultural y educativo del mismo.
Entre los numerosos textos emanados de altas instituciones, destacaremos uno de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Arquitectónico de Europa, de 1985, en el que se apela a “sensibilizar a la opinión pública sobre el valor del patrimonio arquitectónico no solo como elemento de identidad cultural, sino también como fuente de inspiración y de creatividad para las generaciones presentes y futuras”.
Afirma Julio Valdeón que la historia de un pueblo es de todos sus habitantes y constituye el mejor soporte para saber hacia dónde se camina. Si ese pasado se vincula a testimonios materiales, a los bienes culturales, la conciencia colectiva será mucho más fuerte. Perder las referencias del pasado, equivale a borrar el camino y favorecer la desorientación.
Octavio Paz escribió aquello de “la arquitectura es el testigo menos sobornable de la historia”, afirmación que puede extrapolarse a otros bienes culturales. Faustino Menéndez Pidal nos recordaba que “el pueblo que no conoce su pasado, que ignora las vías por donde llegó a estar donde está y a ser lo que es, queda a merced del que quiera mostrarle una historia falsificada con fines sectarios”.
Continuará…