El museo reunió 80 pinturas que muestran la riqueza del expresionismo alemán.
“El expresionismo alemán fue el punto de partida de mi colección de obras de maestros del siglo XX, que en la actualidad supera, al menos en cantidad, mi colección de pinturas de los grandes maestros”, comentaba Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza en 1983. Ahora, el Museo Nacional que lleva el nombre del aristócrata pone en primera plana la obra expresionista que adquirió a lo largo de su vida mediante una exposición de 80 pinturas.
Un antes y un después
De acuerdo con Paloma Alarcó, jefa de Pintura Moderna del Museo Thyssen y comisaria de la muestra, la colección de expresionismo alemán creada por el barón reconstruye la imagen más nítida sobre sus primeras decisiones como coleccionista de arte, con gusto y personalidad propia.
“Me interesé por el expresionismo alemán a una edad temprana, incluso durante mi época de estudiante. Pero no podía hablar de ello con mi padre. Fue solo cuando me convertí en coleccionista cuando comencé a comprar pinturas modernas”, indicaba Thyssen-Bornemisza a finales de la década de 1980. Su papá, decía, le había inculcado que el arte moderno, cualquier cosa después del siglo XVIII, era una basura.
La exposición hace un recorrido por los principales nombres del expresionismo alemán, con sus pinceladas expresivas y su paleta de arriesgados colores, que rompieron con la tradición, un arte desagradable, irreverente, que no gustó al nazismo, indica la curadora.
“Varias de las pinturas que aparecen en la muestra fueron requisadas por el régimen de Hitler. Entre ellas, quizás la más conocida, es Metrópolis, de Geroge Grosz, pero tambiénNubes de verano,de Nolde, y Retrato de Siddi Heckel, de Erich Heckel,fueron incautadas y vendidas para conseguir fondos para la guerra”, explica Alarcó.
El aristócrata dio un giro radical a la colección heredada de su padre, que solo llegaba a los maestros anteriores a Goya, cuando un día de mayo de 1961 adquirió una acuarela de Nolde, Joven pareja (1931-1935). La audaz gama de colores y la atmósfera tan particular que emanaba de la pieza atrajeron la atención del barón, que se identificó con el espíritu de libertad de los expresionistas.
En efecto, el expresionismo es fuerza, vitalidad festiva, ácida o amarga, y va directamente a las emociones, removiendo todo como un torbellino. Los artistas no pintan lo que ven, la belleza visual, sino su percepción ante lo que ven, con el desgarro del estado de ánimo, por lo que las formas se distorsionan y los colores parecen sublevarse todos a la vez.
El 14 de septiembre de 1964 el barón visitó la galería R. N. Ketterer, en Campione d’Italia, y escribió en el libro de invitados: “El expresionismo es una droga/ aquí estoy de nuevo”. Tal afirmación evidencia la fuerte implicación que llegó a sentir por el expresionismo alemán que reflejó en ocasiones como sus muchas referencias a las vanguardias, ese arte del futuro que no deja indiferente a nadie.
Lo que demuestra que, además de estas dos grandes motivaciones que explicarían su entrega al expresionismo alemán (la rebelión contra la sombra de su padre y la impugnación del pasado nazi), subyace, por encima de todo, su atracción hacia la pintura expresionista, genuina y profunda, independiente de cualquier otra decisión meditada, apunta el director artístico del Museo, Guillermo Solana.
Amalia González Manjavacas, EFE.