Dr. Jorge Antonio Ortega G. [email protected]
En el diario ir y venir tropezamos con personas que sufren una
aparatosa angustia, por el escaso uso del tiempo en su quehacer, y siempre están corriendo a la zaga de las manecillas acusadoras del reloj.
El siguiente es el ejemplo más simpático que puedo compartir sobre lo dramático del esquema mental del uso, organización y empleo del tiempo: Al inicio de la semana me encontré con una alumna, quien corría con dificultad. Bicicleta al hombro, casco en mano y enseres, viendo su reloj de muñeca a cada instante, me incorporé a su paso presuroso y le pregunté a qué se debía su prisa…
– “Voy a llegar tarde a una reunión…
– ¿Por qué no se sube a la bicicleta?
– Porque no tengo tiempo”.
Gran parte de la falta de eficiencia del día a día es debido a que no paramos y subimos a la bicicleta, avanzando más rápido. No es apretar el tiempo, ni mucho menos es trabajar a contrarreloj, es todo lo contrario, la idea es incrementar el valor del tiempo. Es fundamental tener claro el concepto y uso de dos palabras que pueden atormentar y trastornar las metas de un mortal: La importancia y la urgencia, dos términos que marcan nuestra forma de ser. Frente a lo importante, actuamos; ante la urgencia, reaccionamos. Lo anterior es la esencia de la gestión exitosa del tiempo.
Todo lo urgente, casi siempre proviene de la iniciativa de otros, mientras que lo importante es generado por nuestros intereses y es productivo. No olvidar que las tareas importantes están íntimamente ligadas a nuestros propios objetivos y su consecución, mientras que lo urgente pertenece al prójimo. ¡Habitualmente nos atrapa lo urgente!
Ahora subamos un escalón más en la comprensión de esta dinámica y examine ¿qué parte de tiempo lo dedica a conquistar sus objetivos? ¿Cuántas horas se dedica a resolver lo urgente de otras personas? En la medida en que se oriente hacia sus metas y no a los problemas emergentes ajenos, pasará de la eficiencia a la eficacia, las emergencias serán cada vez menos frecuentes en su existencia.
¿Dónde está el secreto? El rendimiento máximo del tiempo depende de la energía que se le imprima, la sensación del paso del tiempo es variable. Se acorta cuando hacemos algo agradable, ¡pasa volando! Rinde mucho más que las largas y tediosas horas trabajando en algo desagradable. La felicidad no es hacer lo que quieras, sino querer lo que haces.
Luego viene la concentración. ¡No importa lo que hagamos! Lo más sano y prudente en esta mecánica es poner la mente solo en un objetivo. La idea es parar y tomar el tiempo para subirnos a la bicicleta. Este ejemplo se puede complementar, observando al barbero que se detiene un instante para afilar su navaja o el carnicero que se detiene en el corte de las piezas de carne, para restablecer el filo de sus cuchillos.
Es recomendable dedicar tiempo para buscar nuevos y mejores métodos de trabajo. Anímese a relacionarse, efectúe alianzas estratégicas, investigue, lea, póngase al día, enfrente nuevas tecnologías de punta, experimente la realidad virtual, la gestión del conocimiento, la inteligencia artificial y otros avances. Le aseguro que el tiempo invertido en lo anterior retornará duplicado y, cada día, en una progresión geométrica, y podrá delegar.
No se complique la vida, siempre y para todo se requiere de soluciones sencillas e integrales. La sabiduría y la sencillez van de la mano, diga todo en pocas palabras, será un éxito. La gestión del tiempo es un arte, más que una ciencia. Para explicar con claridad este punto me acerqué a un artista de la plástica y le pregunté qué hacía cuando no había inspiración… con una firmeza increíble me contestó: pinto fondos, que es una tarea tediosa pero necesaria.