Hay conceptos que, a primera vista, uno cree que no tienen nada que ver el uno con el otro. ¿A qué me refiero con esto? Hace unas cuantas semanas pude ver el documental Where Does a Body Ends?, del director Marco Porsia. Este filme es un viaje a través de la trayectoria de una de mis bandas favoritas: Swans. Es un acercamiento, diría yo, bastante íntimo a la vida, al genio y a la visión creativa de su fundador y líder, Michael Gira.
Cuando mencioné que esta película me hizo pensar en ideas opuestas, pero con puntos en común, pensé en la belleza de la brutalidad. Suena extraño, ¿no? Lo sé, pero esa fue la sensación que me dejó este título de casi tres horas. No culpo al director por haber hecho un documental tan largo. Se necesita mucho tiempo para entender el viaje de la banda, que empieza en la era del No wave en la ciudad de Nueva York. Gira también nos lleva de regreso a su problemática infancia y a los espantosos relatos de su tumultuosa juventud, que lo llevaron al punto en que todo estalló para formar su muy particular visión musical. A partir de ese momento, es una historia de vida que va contada de manera cronológica igualmente por otros artistas.
Todo eso se hace necesario para tratar de entender lo que nos propone esta enigmática banda. Siempre me ha parecido que Swans es de esos grupos que, por raro que suene esto, llevan la música más allá de la música. Desde la primera vez que los escuché fue como un asalto, prácticamente una violación a mis oídos. Pero supe en ese instante que esto no era solo música. Su intensidad me llevó a otro estado, a una especie de trance. Sé que parece exagerado, pero no lo es. Parecía en ese momento como si hubiera sido parte de algún ritual ancestral que invocaba a fuerzas desconocidas en el Universo. No he tenido el chance de poder verlos en vivo, mas les puedo asegurar que es algo que tengo que hacer, sí o sí. Quiero experimentar lo que toda esa gente presenció en el documental.
Sé que cada uno de los que han salido de un concierto de Swans es consciente de que ha vivido algo único. Algo que, estoy más que seguro, les cambió la vida. A mí me la cambió. Me dio una idea bastante clara de hasta dónde se podía llevar la música, a la vez que me hizo meditar sobre lo que un verdadero artista hace. Se trata de llevar su trabajo al extremo, donde es consciente que su obligación o mandato, como quieran llamarle, es sacudir los huesos de sus espectadores; y no solo metafóricamente, sino también de manera física, de ser posible.
Ahí donde poco importa si el público es complacido o no, lo único que realmente vale es que nuestras consciencias sean estremecidas. La violencia y lo brutal entonces sí que pueden ser cosas bellas. Es probable que en esas dos nociones se pueda encontrar la verdadera naturaleza del ser humano. Chocar con ella de frente, en un golpe directo a la cara. Eso, sobre todo, es lo que más admiro en un artista. No sé ustedes pero, al menos yo, estoy dispuesto a sangrar un poco con tal de conocer la verdad.