Para Donald David
Ha pasado una semana ya y, como si nada, el año nuevo empezó su marcha para no volver atrás. No sé ustedes, pero en esas últimas horas de 2020 trataba de ordenar mis pensamientos y hacer un resumen de ese año que no vimos venir de la manera en que lo hizo. De hecho, a mí todavía me remató con algunas cosas en sus últimos días, como si fuera su forma de darme un tiro de gracia y decirme que no me iba a olvidar de él en toda mi vida. Estoy seguro que así será.
Mientras los memes y los posts en las redes sociales decían que eran 365 días para olvidar, pensé que, después de todo, yo no quiero olvidarlos, ni puedo ser tan cobarde como para hacerlo. Reflexioné en todo lo que el 2020 me obligó a hacer. Son cosas en las que, si no hubiera sido por estas circunstancias tan extremas, jamás hubiera dado un paso por temor. Ahora lo veo en retrospectiva, y me doy cuenta que los di justamente por el miedo a quedarme en una especie de limbo, junto a ese temor de no hacer nada con el tiempo que aún tengo de vida.
A la vez que todos esos fuegos artificiales llenaban el cielo nublado de esa noche, me daba cuenta de la importancia de la amistad y de cómo algunas personas me ayudaron a seguir llevando los días, por muy difíciles que a veces se ponían. Aunque, a manera de trago amargo, el 2020 me recordó que no nos escapamos del sufrimiento ni de experimentar el dolor, esa sensación que nos hace ser esos seres humanos imperfectos que somos y que existen ahora mismo en este plano. Fue un recordatorio de que siempre cometemos el error de dar por sentado mucho de lo que tenemos y conocemos, y que, de repente, tan rápido como el parpadeo de un ojo, desaparece. Muchas veces solo queda llorarlo, decir adiós o, tal vez, ofrecer una pequeña plegaria.
Me queda claro, o al menos eso quiero creer, que aprendí muchas lecciones, para tratar de no cometer más de las mismas equivocaciones. No creo que al final de lo que fue el 2020 alguien pueda describir de manera fiel y precisa todos esos instantes por los que le tocó atravesar, junto a todos sus significados y sus conexiones infinitas con el universo y todo lo que le rodea. No creo que sea posible entenderlo al 100 por ciento pero, para cuando las luces empezaron a calmarse y solamente eran una que otra explosión a la distancia, me sentí afortunado de poder ver las primeras horas del 2021. Fue como si hubiera sido alguna especie de sobreviviente que logró llegar al final de la película. O, al menos, al final de la parte 1.
Sea lo que sea que traiga este nuevo año, intentaré hacer lo mejor que se pueda de él. No creo que se trate de tener suerte o no, es actuar y hacer algo con lo que ya hay. Así que, 2020, gracias por las lecciones aprendidas. Creo que con estas palabras finalmente podemos decirnos adiós, sin rencores. Feliz año nuevo para todos ustedes.
Para escuchar: Every Country’s Sun, de Mogwai.