El artista, una de las figuras más importantes de la plástica guatemalteca del siglo XX, murió ayer.
Con la pintura, el grabado, e incluso la escultura, Rodolfo Abularach creó un lenguaje que lo convirtió en una de las figuras más importantes de la plástica guatemalteca del siglo XX. Su pasión y dedicación dieron forma a obras que trascendieron fronteras, y que hoy habitan en colecciones de todo el mundo. Ese legado, de no menos de seis décadas, será el que sobreviva al maestro, fallecido ayer a los 87 años.
Niño prodigio
Rodolfo Abularach nació en la Ciudad de Guatemala, en 1933. Fue un niño prodigio y su carrera en el arte comenzó a los 12 años. Su primera exposición individual, que tuvo la tauromaquia como tema, la presentó con solo 14 años, en la entonces Sala Nacional de Turismo, recordaba el maestro el año pasado, en una entrevista con el Diario de Centro América.
Aunque se formó en la Escuela Nacional de Artes Plásticas Rafael Rodríguez Padilla, Abularach también estudió en Pasadena, California. En 1960 obtuvo la Beca Guggenheim, en Nueva York, donde vivió durante no menos de 50 años, y donde creó la mayor parte de su producción gráfica y alcanzó una notoriedad internacional accesible para muy pocos. De hecho, tanto el Museo de Arte Metropolitano como el de Arte Moderno de esa ciudad adquirieron obras suyas.
Trascendencia
De acuerdo el curador e historiador de arte Guillermo Monsanto, esa trascendencia internacional hace de Abularach una de las figuras más importantes de la Generación del 50, a la que también pertenecen Efraín Recinos, Víctor Vásquez Kestler, Juan de Dios González y Óscar Barrientos. “Cuando hace 20 años hice una investigación, era el artista guatemalteco más citado en el arte latinoamericano, incluso más que (Carlos) Mérida”, agrega.
“Es una pérdida irreparable. El maestro Abularach ha sido un grande no solo del arte guatemalteco, sino del latinoamericano”, expresa la historiadora de arte cubana Valia Garzón, quien el año pasado curó la retrospectiva del artista Everything is Palpitating (Todo existe palpitando), en el Art Museum of the Americas de Washington DC, EE. UU., junto a Adriana Ospina y Monsanto.
La muestra, con la que se conmemoraron 60 años de la primera gran exhibición individual de Abularach en EE. UU., reunió obra del creador que es parte del Art Museum of the Americas, pero también piezas de coleccionistas y del catálogo personal del artista. “El museo estaba a tope para la inauguración, e incluso debimos hacer dos visitas guiadas ese día. Fue hermoso y la única tristeza es que él, por su edad, ya no pudo viajar”, recuerda Garzón.
Etapas
La obra de Abularach fue de la tauromaquia hacia lo geométrico y lo abstracto, comenta Monsanto: “Luego comenzó con la serie de ojos, que es una de las más largas y mejor exploradas. La pasó por diferentes medios de grabado, que desarrolló hasta la última consecuencia y con extraordinaria calidad, en serigrafía, en punta seca, en aguatinta y en xilografía”. Al volver a Guatemala, dice, se centró en los volcanes, en una serie mística e, incluso, en la escultura, en la que mezcló la imaginería en mármol y tomó referencias de la cultura maya.
El artista se mantuvo en activo casi hasta el final. En octubre del año pasado, el Ministerio de Cultura y Deportes reconoció el conjunto de su obra con el Premio Carlos Mérida, el más importante de las artes plásticas nacionales. En aquella ocasión, el maestro recordó a sus padres y a todas las personas que lo ayudaron a lo largo de su carrera.
Para Garzón, el legado de Abularach es en doble vía. Desde el punto de vista humano, era una persona “íntegra” que deja un gran espacio entre quienes lo conocieron. “En lo profesional, pertenece a una generación de artistas que hizo un cambio radical en sus maneras de expresión y lenguaje, y eso fue un parte aguas en Guatemala y Latinoamérica. Sus propuestas gráficas fueron muy bien acogidas, fueron renovadoras, y sus ojos impactaron”, concluye.